Carry Shaw se ha pasado las últimas horas llamando a la conserjería del edificio de apartamentos donde vive con su marido. «No tenemos ni idea de que nos vamos a encontrar, no hemos podido hablar con nadie», asegura esta jubilada de 71 años mientras se prepara para volver a casa tras cuatro días de exilio a cuenta del huracán Irma. Su casa está en Jacksonville, en el norte de Florida, una de las ciudades más castigadas por las consecuencias del ciclón. Las lluvias torrenciales desbordaron el río St. John, dejando unas inundaciones nunca vistas en la ciudad. Los parques se han convertido en lagos; el centro urbano, en una charca para piraguas y patos. Los servicios de emergencia han tenido que hacer más de un centenar de rescates.

«No me da pena la gente que ignoró las órdenes de evacuación, son unos estúpidos», dice Shaw. «Pero hay partes de Florida que nunca volverán a ser lo mismo. La gente que tiene dinero se recuperará. Pero qué pasará con los pobres y con los que no tienen seguro. ¿Qué pasará con los ancianos enfermos? Será interesante ver qué hace el Gobierno, porque no le importa la gente, solo le importa el dinero». Tras el paso arrollador de Irma, que daba ayer sus últimos coletazos en Georgia y Carolina del Sur, es hora de evaluar los daños y poner en marcha la reconstrucción. En algunos puntos de Florida, el cuarto estado más poblado de EEUU con 20 millones de habitantes, será un proceso lento. 15 millones de personas están sin electricidad, según las autoridades. Hay también problemas con la señal telefónica y de internet. Y en los Cayos, el más devastado de sus territorios, no hay siquiera agua corriente.

La sensación generalizada, pese a todo, es que podría haber sido mucho peor. El hecho de que Irma tocará tierra primero en Cuba y más tarde en los Cayos contribuyó a que su intensidad se rebajara al atravesar la península, donde entró con una categoría 3 para ir perdiendo fuerza a medida que subía hacia el norte. También las oscilaciones en la dirección de los vientos ayudaron a que perdiera intensidad, según los meteorólogos. «Pensaba que veríamos más daños», dijo el gobernador Rick Scott tras sobrevolar la costa desde Naples a Key West.

La miseria va por barrios. En los alrededores de Orlando, en Miami o en Naples, grandes arterias siguen inundadas. Aquí y allá hay escombros esparcidos y árboles arrancados; tejados hechos añicos y bajos anegados. En las carreteras, millones de personas tratan de volver a casa circunvalando la escasez de combustible. Largas colas de vehículos industriales con suministros y material para la reconstrucción ralentizan el tráfico en las autovías. Las autoridades piden precaución. Hay riesgo de torrenteras y de descargas eléctricas por el derribo del tendido. Una de las prioridades pasa por restablecer el suministro eléctrico. Este asunto llevará algún tiempo.