Efectivamente, este estudio también corrobora que las mujeres se sienten más insatisfechas que los hombres en este sentido. Aunque son ellos los que le dan más importancia al tema, tanto en el entorno laboral como en el ámbito familiar.

Así que todas aquellas mujeres que llevan los pantalones en casa pero se tienen que poner la chaqueta en la oficina, siempre pueden consensuar con el resto de trabajadores una temperatura de confort algunos grados más elevada, al menos en verano. Además, al contrario de lo que podría parecer a simple vista, pasar frío en el trabajo no aumenta la productividad. Más bien todo lo contrario. Ahí va un argumento de peso para las más frioleras.

El jefe de sistemas y comunicaciones de la Universitat Ramon Llull, Viktu Pons, es el responsable de programar un sistema domótico que calcula la temperatura de confort del interior del edificio donde trabaja, en base a mediciones en tiempo real de la temperatura exterior, la lluvia o el viento. Se trata de un sistema inteligente que adecúa el valor térmico para cada estancia.

Pons detalla que «las mujeres tienen un rango más amplio de temperaturas de confort. Ellas son más variables». En la práctica, esta afirmación se traduce en que, en los despachos donde trabajan una mayoría de hombres, estos suelen estar más conformes con la temperatura estándar.