Goiat, oso esloveno y desde el 2016 trotamontes del Pirineo catalán y francés, tiene un buen saque, no tenístico, lo cual sería la repera, sino como tragaldabas. Se le acusa de, en menos de una semana, colarse cruentamente tres veces dentro de un cercado a un kilómetro del núcleo urbano de Bagergue, en el Valle de Arán, y de un ataque anterior, no lejos de ahí, que pagaron con sus vidas un par de potros. Total, siete presas domésticas en menos de siete días.

El primero de esos tres días de restauración intensiva que tuvieron como escenario el cercado fue el pasado viernes, 25 de mayo. Le apetecía oveja. Dejó un rastro de pelo al saltar la valla y, gracias al localizador que como un malote con libertad vigilada lleva en el cuello desde que fue soltado en el Pallars Sobirà en junio del 2016, se sabe que era Goiat. El lunes, él o algún otro descendiente del asesino del rey Favila, regresó. Cayeron dos ovejas adultas y un cordero. A lo mejor fue un ataque en comandita. Es una sospecha razonable. El martes, otra vez saltó la reja. En esta ocasión dio muy buena cuenta de una oveja. Dejó el costillar sorprendentemente limpio. El miércoles, si es que volvió a por más, se llevó un chasco. El dueño de la explotación ganadera se llevó el rebaño a la borda, o sea bajo cubierto y con puerta con candado. La polémica está servida. El lunes, el Conselh Generau d’Aran informará sobre si, como parece, Goiat se está extralimitando. En su día se prometió a los vecinos del valle que, en caso de ser así, este ejemplar sería capturado y sustituido por otro menos problemático. Comienza la cuenta atrás.

La decisión de trasladar a Goiat de los bosques eslovenos a las laderas del Pallars fue, y esto es bastante sabido, con el propósito de que le disputara el trono de la genética a Pyros, dueño y señor de todas las hembras de la zona durante 20 años. La consanguinidad persistente es siempre desaconsejable, se sea oso o aspirante al trono por la dinastía de los Austrias. No se sabe aún si Goiat (en aranés, algo así como mozo por merecer) ha cumplido con esa misión que tenía encomendada. En el 2016, los 10 partos de oseznos censados llevaban aún la marca de Pyros, pero desde entonces nada se sabe de él. No se descarta pues que ande ya criando malvas o grosellas. El caso es que Goiat no es noticia en la prensa osezna del corazón y sí, y demasiado, en la de la crónica negra.

El pasado abril se le atribuyó el ataque a una yegua en Bausen, geográficamente al otro extremo del valle. Fue una noticia que se dio a conocer. Se publicó sin aspavientos. Este tipo de incidentes, allí donde haya osos en libertad, no son inusuales. Están establecidos unos protocolos de indemnización, en este caso por parte de la Generalitat. El problema es cuando dejan de ser episodios ocasionales. Parece que, sin que haya trascendido, eso sucede ahora. El pasado jueves, es decir, un día antes de los tres asaltos al cercado de las ovejas, riachuelo arriba fueron despedazadas dos potrillos y uno más resultó herido. Hay constancia oral (boca a oreja) de ataques a otros ganados en Betlan y en Arties.

La oveja desmembrada la paga la Generalitat a 140 euros. Cada animal tiene su precio. El criterio, con todo, tiene imprecisiones. Una de las ovejas de Bagergue estaba preñada. Llevaba dos crías. No se computan oficialmente. Otra había parido recientemente, así que, como se dice por la zona "tendrá que popar con biberón", un engorro. Las popes son las tetas en no pocas zonas de Lleida. Es un apunte que nada tiene que ver con el caso, pero viene bien para hacer un receso en tan truculenta historia.

Desayuno al alba

Pero el problema que más inquieta no es, por supuesto, el destino de las ovejas y potros, sino la cercanía a los núcleos urbanos en que todo esto sucede y, claro, que se trata de zonas transitadas, en primavera por vecinos de la zona, pero a partir de junio por turistas. Con Goiat se ha cruzado en el camino ya más de un aranés. Más allá de las sorpresa y el subidón de adrenalina, no ha pasado nada. El oso ha seguido su camino. Pero impresiona. Son más de 200 kilos de masa muscular, más o menos como una Harley Davidson, pero con garras. Las horas de sus incursiones en el cercado de Bagergue tampoco invitan a la tranquilidad. El último festín, el de la oveja de la que dejó solo el costillar y muy poco más que roer, puede que se lo diera al despuntar el sol. Cuando el dueño del rebaño llegó, el oso ya no estaba, pero tampoco había buitres sobrevolando la zona, y por experiencia se sabe que suelen tardar poco en llegar.

El lunes, lo dicho, algo aclarará el Conselh Generau d’Aran. Dirá si se trata de un tipo conflictivo. Hasta entonces, esta administración prefiere guardar silencio. Podrá entonces concretar, con la fiabilidad de un CSI, la identidad del responsable de los últimos sustos, Goiat o Goiat y su banda. Sea uno u otro caso, reverdecerá una discusión que no es nueva. En el Valle de Arán, el argumento de que el oso es un incentivo turístico, es decir, que cuanta más biodiversidad animal, más visitantes tiene la comarca, jamás ha convencido mucho, entre otras razones porque si algo padece esta zona en ocasiones en una sobrecarga turística.