La Fórmula 1 prescinde de las azafatas. El gran espectáculo del motor cede finalmente y a partir de la próxima temporada eliminará la figura de la mujer florero que durante años ha aguantado el paraguas en el asfalto abrasador, ha hecho el pasillo a los vencedores de la carrera o se ha visto regada por el champán del eufórico automovilista de turno. La F-1 se suma de este modo a una retahíla de acontecimientos deportivos que en los últimos tiempos se habían actualizado, como rondas ciclistas u otras competiciones del motor.

Sin embargo, la decisión del circo de la F-1 no es del agrado de todos. Unos la consideran desproporcionada y rechazan los vetos: alegan que la sociedad ha ido evolucionando y con ella los uniformes de las mujeres; esgrimen asimismo la introducción de hombres en esos mismos lugares o directamente la modernización de la figura de la azafata. Otros, por el contrario, exigen la desaparición absoluta de esta imagen en todos los eventos deportivos al considerar que se degrada el sexo femenino y lo cosifica.

En general, las agencias de azafatas rechazan comentar la jugada, en una especie de omertà para protegerse. «La decisión es buena y la entiendo porque todo el mundo está mucho más sensibilizado. Pero discrepo de que se prohíban», razona el senior project manager de la agencia de azafatas Tais, Pau Mascort, que sí se presta a valorar la novedad.

El jefe de la agencia Tais defiende que las azafatas estén presentes en acontecimientos deportivos y tilda de «demasiado radical» vetarlas, un punto de vista que comparte la responsable de Drelux People Events, Joana Dreux. «Estoy en contra de que se considere a las mujeres como un objeto, pero reclamo respeto para este oficio. Hay chicas con idiomas, formadas, en una tarea muy profesionalizada», interpreta Dreux, cuya firma ofrece estos servicios desde el año 1991.

NI UNA SOLA BROMA / Agencias como Drelux People Events también se han visto afectadas por los nuevos tiempos. Igual que ha ocurrido ahora con la Fórmula 1, ha habido competiciones como V de V, un campeonato internacional de automovilismo de vehículos modernos e históricos, que han decidido prescindir de las paragüeras, también llamadas paddock o grid girls. «Cuidaban mucho a las chicas: no admitían ni una sola broma ni falta de respeto. Pero han dejado de contratar azafatas por las críticas de las redes», relata. Las competiciones deportivas son solo uno de los campos en los que se mueven las cosas. No hace demasiado tiempo no era extraño hallar azafatas semidesnudas en congresos, ferias y promociones. Las mismas presiones que ahora han empujado a la F-1 a virar han llevado a las marcas o a los propios organizadores de los eventos a establecer unas normas mínimas.

Todas las azafatas que trabajan para Fira de Barcelona, contratadas a través de agencias como Tais, deben seguir un código de vestuario. Otra cosa son los expositores, que si deciden que las mujeres lleven una falda más corta o unos tacones de 15 centímetros con plataforma es cosa suya. Pero se la juegan con su reputación, con una campaña en las redes sociales o con el rechazo de los clientes, así que vigilan su puesta en escena.

Hay un congreso especial. También en lo que a personal auxiliar femenino se refiere. Se trata del Mobile World Congress, que veta que las marcas hagan que las azafatas luzcan un atuendo denigrante para las chicas. Se trata de una decisión no solo para luchar contra el machismo sino también para no incomodar a firmas o visitantes de procedencias o religiones variopintas.

EL CASO DE LONDRES / En este proceso de maduración de la sociedad juegan un papel básico las propias mujeres. Carolina B. empezó a hacer de azafata de imagen a los 17 años y hoy, con 42, se autodenomina «jubilada», aunque de tanto en tanto acepta algún trabajo. En estas más de dos décadas no tiene que narrar ningún episodio oscuro como el que salió a la luz pública días atrás en una cena benéfica en Londres.

Jamás se ha sentido intimidada por nadie: más allá de algún comentario picarón que ella minimiza. Ni mucho menos casos en los que se haya sentido vejada o insultada, una situación que también comparte la bielorrusa Victoria Bronskaya, que dejó de ser azafata para crear su propia empresa de guía turística.

Cierto es que es un trabajo en el que pagan muy bien. «Pueden darte 200 o 250 euros al día por un salón de 10 días y toca aguantar 12 horas de pie, pero apechugas», describe Carolina B., que ha trabajado muchas veces con Magda Segarra, dueña de Particular Agency. «Vigilo mucho lo que piden los clientes respecto al vestuario, por ejemplo. Les pido hasta el último detalle para así podérselo trasladar a las trabajadoras e intento que sea una ropa elegante», describe Segarra.

Uno de los acontecimientos con los que trabaja habitualmente es con el mundial de Superbikes. «La diferencia con lo que ocurría 20 años atrás es que ahora las chicas se quejan si no les gusta algo», compara la empresaria. En defensa de los clientes, señala, hay que decir que ahora están mucho más concienciados respecto a lo que piden y son más «dialogantes».