Los restos fósiles de un niño neandertal de hace 49.000 años descubiertos en la cueva de El Sidrón, en Asturias, han permitido descifrar por primera vez cómo se desarrollaban anatómicamente los individuos jóvenes de la extinta especie. Y el resultado más sorprendente es que su patrón de crecimiento no era más rápido que el de los humanos modernos, como se había postulado hasta ahora, sino más bien al contrario: a la misma edad estaban menos formados.

El esqueleto analizado, conocido técnicamente como El Sidrón J1 y cuyos restos se obtuvieron en los años 2010-2012, presenta un estado de conservación extraordinario, «con más del 35% de los huesos, algo único en el mundo para esa edad», destaca Antonio Rosas, el paleoantropólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que ha encabezado las excavaciones y los análisis. En el momento de su muerte debía de tener cerca de ocho años. Los resultados de la investigación se han publicado en la revista Science.

Los humanos modernos (Homo sapiens) y los neandertales (Homo neanderthalensis) surgieron de un ancestro común reciente que vivió posiblemente hace un millón de años en África, pero ¿ambas especies mantenían las mismas pautas de crecimiento? «En líneas generales, los resultados nos dicen que crecíamos a un ritmo parecido, como se puede comprobar observando las dimensiones de los huesos y la dentición -responde Rosas-. Sin embargo, cada uno adapta el consumo de energía a sus características físicas, algo que se traduce, por ejemplo, en un desarrollo distinto del tórax y del cerebro a la misma edad».

Los neandertales adultos eran fuertes y robustos, hombres de climas fríos con un cráneo de grandes dimensiones, mientras que los humanos modernos somos más gráciles y ligeramente más altos.

Una de las diferencias principales atañe al cerebro, prosigue Rosas, investigador del CSIC en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid (MNCN). Ya se sabía que los neandertales tenían mayor capacidad craneal que los humanos actuales, 1.520 frente a 1.195 centímetros cúbicos, pero la sorpresa llega al analizar el esqueleto localizado en la cueva de El Sidrón. El niño estudiado había alcanzado 1.330 centímetros, es decir, un 87,5% del total. «A la edad de 8 años, un niño actual ya ha terminado de desarrollar toda su capacidad craneal», explica el investigador del MNCN-CSIC.

«Desarrollar un cerebro grande como el del neandertal requiere un gasto energético importante, especialmente durante la lactancia y la infancia, por lo que dificulta el crecimiento de otras partes del cuerpo», aclara Rosas. El cerebro es un tejido «muy caro desde el punto de vista metabólico». En el niño neandertal, eso se traduce en un tórax menos desarrollado, equivalente al de un niño actual de entre cinco y seis años. «Un individuo adulto con un cerebro de esas dimensiones necesita una gran caja torácica que tardaba en crecer», dice Rosas. «Su crecimiento no se había completado, probablemente por ahorro energético», insiste el investigador.

Un aspecto divergente en el crecimiento de ambas especies es el momento de maduración de la columna vertebral. En todos los homínidos, las articulaciones cartilaginosas de las vértebras torácicas medias y el atlas son los últimos en fundirse, pero en este neandertal la fusión se produce alrededor de dos años más tarde que en los humanos modernos.

El niño de El Sidrón pesaba 26 kilos y medía 111 centímetros [los individuos adultos encontrados en el yacimiento tienen una altura media de 1,65 cm y se sitúan dentro de la variabilidad humana actual]. Aunque los análisis genéticos no consiguieron confirmar el sexo, sus dientes caninos y la robustez de sus huesos mostraron que se trata de un varón. Del individuo se han recuperado 138 piezas, 30 de ellas dientes (algunos de ellos de leche), y parte del esqueleto, incluidos algunos fragmentos del cráneo.

Entre otras particularidades, los investigadores han conseguido averiguar que el niño de El Sidrón, que fue localizado junto a restos de otros 12 individuos, incluido algún familiar, era diestro y realizaba ya tareas de adulto, «como el uso de la boca como una tercera mano para manejar pieles y fibras vegetales», explican.

Además, el niño tuvo una hipoplasia del esmalte cuando tenía dos o tres años. La hipoplasia (manchas blancas en los dientes) se produce cuando los dientes tienen menos cantidad de esmalte de los normal, y la causa suele ser la malnutrición o alguna enfermedad.