El asesinato el pasado domingo de una niña a manos de su padre en la localidad valenciana de Alzira apunta a ser un nuevo caso de violencia machista. De confirmarse sería el octavo menor asesinado este año a manos de sus padres o de las parejas o exparejas de sus madres, la cifra más alta desde que está en marcha este registro.

Fuentes cercanas a la pareja dieron por hecho que el crimen habría sido una forma de venganza del hombre con su mujer, a la que sus amistades habían recomendado en los últimos meses que rompiera la relación que mantenían. Una compañera de trabajo del almacén de caquis en el que trabajaba la madre ha explicado este lunes que a finales de septiembre la mujer les había contado que estaban en proceso de separación y que si no se había ido del piso que compartían es porque no tenía recursos suficientes para independizarse. Ella le habría pedido que renunciara a la niña y él le había dicho que iba a pedir una prueba de paternidad porque dudaba que él fuera el progenitor. Compañeros del agresor le definen como un hombre serio, muy celoso y con dificultad para controlar la ira. En la reciente campaña de la vendimia habría amenazado a otro trabajador con un cuchillo.

A las 11.30 horas, varios agentes de la policía científica han llegado al domicilio, situado en la calle de Pare Castell, pasadas las 12.15 lo ha hecho la jueza del caso y cinco minutos después lo ha hecho el confeso agresor, increpado por amigos de la pareja y vecinos, para una reconstrucción del crimen.

Las manos llenas de sangre

En la tarde del domingo, el hombre acuchilló a la niña en su domicilio aprovechando la ausencia de la madre. Tras el crimen, hizo un intento de sucididarse al saltar desde el segundo piso donde vivían pero acabó por descolgarse al primero y desde esa altura se dejó caer sobre un coche aparcado enfrente del portal. Tras caer, advirtió a los clientes de una terraza que está situada a apenas dos metros que había acuchillado a su hija y les conminó a llamar a la Policía. "Llamad y que suban. Que me lleven", decía repetidamente. Al constatar que tenía las manos llenas de sangre, los testigos dieron credibilidad a su afirmación, lo retuvieron aunque no hizo ningún intento por huir y esperaron a que llegaran las fuerzas de seguridad, que se lo llevaron inmediatamente mientras otros agentes rompían la puerta para acceder a la vivienda donde se encontraron a la menor ya muerta. Algunos de los agentes más veteranos confesaron después que no habían visto una escena tan dramática en su larga carrera.

Poco después llegó a la madre, que se derrumbó a pocos metros del portal al constatar que no le dejaban acceder a la vivienda. Tras ser atendida por los servicios médicos que se habían desplazado a la zona, fue trasladada al cercano Hospital de la Ribera, por donde también había pasado su pareja para hacerle un reconocimiento que descartó que sufriera lesiones que obligaran a ingresarlo.