Con sus salvoconductos en mano, a punto de abandonar Italia con lo puesto, decenas de españoles esperan repartidos en distintos hoteles cercanos a Roma a ser evacuados de regreso a casa. Unos vestidos medio de fiesta --la indumentaria que llevaban durante la cena en el crucero de lujo--, otros con chándal, y otros mitad y mitad --tacones, medias y polar--, relatan antes de partir cómo vivieron la experiencia del accidente. Escucharlos, estremece. La embajada de España en Roma supervisa las labores de organización del retorno que ha empezado a primera hora de la mañana y continuará a lo largo de todo el día.

Víctor Galán, de 40 años y procedente de Alicante, aún tiene cara de susto. Pasó tanta angustia que, cuando explica las dos horas de odisea antes de salir del barco, es capaz de transmitirla al interlocutor. “La pared se hizo suelo y el suelo pared”, explica, dejando patente hasta qué punto se escoró el barco.

En la salida del barco, dice, hubo dos realidades. “Los que pudieron salir fácilmente en el bote y los que deambulamos por el interior durante dos horas para salir al casco”. En el recorrido, Víctor y sus acompañantes vieron cómo los largos pasillos se convertían en igualmente largos pozos sin fondo por la inclinación del buque. “Había gente abajo que chillaba”, rememora para añadir: “Pensaba que nos moríamos”.

Gente rezando, gente llorando, gente chillando, presa de ataques de pánico. Como si de una escalada se tratara iban ascendiendo como podían para alcanzar una salida. Hubo un momento, dice, que dejó a sus padres colgando de una escalerilla y continuó con su mujer. Aún no se cree que volvieran a reencontrarse sanos y salvos.