Desde la distancia, podría parecer la escena desoladora de siempre: llamas, incandescencia y terreno devastado a su paso. Pero ni siquiera algo tan primitivo como el fuego queda exento de los dictámenes de la evolución. Los incendios forestales han llegado a su plenitud y eso acarrea que algunos de ellos superen el potencial extintivo del hombre con tremenda suficiencia. Lo comprueban quienes combaten su capacidad destructiva en primera línea, que han asistido a la inexorable transformación de su adversario.

"Los incendios de primera generación llegan en los años 60, cuando los mosaicos de cultivo van a menos, el bosque gana continuidad y los fuegos se hacen más grandes; para la segunda generación, una década después, se sigue acumulando masa forestal y , además de continuidad las llamas ganan velocidad; en los de tercera, en la década de los 90, se incrementa la densidad de ese combustible que posibilita fuegos continuos, rápidos e intensos, superando la capacidad de sofocarlos", explica Marc Castellnou, jefe de los Grupos de apoyo de actuaciones forestales (GRAF, por sus siglas en catalán) de los Bomberos de la Generalitat.

Con la cuarta edad, se mantienen las potencialidades antes descritas y se acumula un factor de extrema vulnerabilidad: "la continuidad de la masa forestal conduce a las llamas hasta los confines de urbanizaciones y pueblos", obligando a priorizar la defensa de la vida humana con un margen mínimo, inédito hasta entonces. En la siguiente generación, el potencial nocivo del incendio se sofistica, añadiendo la complejidad de declarar diferentes focos en una misma área, dificultando sobremanera el despliegue efectivo de la estrategia sobre el terreno. "Hablamos de los fuegos de Catalunya en el 94, Galicia en el 2006 y Grecia el 2007", relata Castellnou.

Errático y exuberante

Y cuando parecía que se había visto la peor cara del enemigo, nuevo y perverso giro de tuerca. "Se generan condiciones en las que se libera tal nivel de energía que el fuego tiene capacidad de modificar las características meteorológicas a su alrededor y crear lo que denominamos una tormenta de fuego, que conduce el incendio, generando aceleraciones , rayos, nuevas igniciones y, sobre todo, vientos erráticos que hacen imprevisible su rumbo", destaca el máximo responsable de los GRAF. El impacto sobre el terreno es brutal: "114.000 hectáreas en una noche en Chile, 300.000 en Portugal en el incendio de este año…", rememora Castellnou.

Fuegos tan fulminantes y azarosos, "que atrapan a mucha gente por sorpresa", no solo al ciudadano de a pie: "ya no es que superen la capacidad de extinción, también la de predicción", revela el coordinador de los GRAF. La clave de esta metamorfosis debe buscarse en el cambio climático, "que estresa los bosques" y permite las condiciones para liberar energía de forma muy rápida.

Un fenómeno relativamente habitual en Canadá o Australia, con masas continentales grandes, pero que ahora también se da en espacios menores, como la península Ibérica y los Balcanes. Muta el escenario, idéntica virulencia: "Nuestra capacidad de extinción está en 10.000 kilovatios por metro de energía, y en el fuego de Portugal de junio se propagaba a 138.000 kilovatios por hora", ilustra. También en casa hay ejemplos, como el incendio del Solsonès de 1998, "capaz de saltar 11 kilómetros".

Ante tal demostración de imprevisible exuberancia, poco queda por hacer. En el fragor de la batalla, retirar de la zona potencialmente conflictiva a cualquier persona, sea bombero o no, "hasta que mejoren las condiciones". Antes de la tragedia, bastante más margen. "Gestionar los bosques, crear bioeconomía y evitar el abandono", dice el responsable de los GRAF.

Y si la sexta generación causa sudores fríos, ¿qué cabe esperar de la séptima? "Estamos en una ola de cambio climático que posibilita incendios extremos -incide Castellnou-, pero cuando se recuperen esos bosques crecerán menos cargados de combustible y más adaptados al nuevo clima, haciendo posible un retorno a los fuegos de tercera o cuarta generación".