El matador de toros Dámaso González falleció ayer en Albacete, a los 68 años, víctima de una fulminante enfermedad que se lo ha llevado en menos de un mes desde que se la diagnosticaron.

Dámaso González Carrasco nació en Albacete el 11 de septiembre de 1948. Fue un virtuoso del temple, una capacidad que dominó más que nadie para imponerse a todo tipo de toros, domeñarlos y llevarlos siempre cosidos a la muleta, la cual era prácticamente intocable, y lo que le hizo erigirse en una de las grandes figuras del toreo de los años 70 y 80 junto a Manzanares, Paquirri y El Niño de la Capea.

Proveniente de una familia humilde de ganaderos, Dámaso trabajó en su juventud como repartidor de leche, de ahí su apodo de El Lechero en las capeas. Comenzó su carrera de novillero en 1967 bajo el sobrenombre de Curro de Alba. El 19 de marzo de 1969 se presentó en Barcelona y obtuvo un gran éxito de cuatro orejas y un rabo, lo que propició que pocos meses más tarde, debutara en Madrid. Se despidió del escalafón menor cortando siete orejas y un rabo en Valencia, para tomar la alternativa el 24 de junio de 1969 en Alicante de manos de Miguelín y Paquirri de testigo, con toros de Flores Cubero. Confirmó doctorado el 14 de mayo de 1970 con toros de Francisco Galache, teniendo a El Viti como padrino y a Miguel Hernández como testigo.

Fue un matador que tuvo buenos años durante las dos temporadas en las que fue apoderado por los hermanos Martín Berrocal (1986 y 1987). Su declive comenzó en 1988. Ese año intervino en la última de la Feria de San Isidro de Madrid. Aparcó el traje de luces en enero de 1989, dedicándose desde entonces a intervenir en algún que otro festival taurino, en su mayoría benéficos.

Los restos mortales de están siendo velados en el tanatorio madrileño de San Isidro, donde la familia, sumida en un tremendo dolor, está encontrando cobijo en las numerosas muestras de cariño recibidas por parte del mundo del toro. El primero en llegar al tanatorio fue el torero y ganadero Pedro Gutiérrez Moya , Niño de la Capea, quien no se separó en ningún momento de los cuatro hijos de su íntimo amigo, Sonia, Marta, Elena y Dámaso, ni de su mujer, Feli Tarruella, totalmente desolados por la repentina pérdida del considerado «rey del temple».

Igualmente de apenado se pudo ver también a Miguel Ángel Perera, quien no pudo contener las lágrimas a la salida del tanatorio, lo que le imposibilitó articular palabra.

El matador Paco Ureña estuvo también presente en el velatorio para dar el último adiós a una persona con la que tenía una estrecha relación personal. El brindis de hace pocos días a las hijas de Dámaso desde Ciudad Real cobra ahora sentido tras el triste suceso: «Brindo la muerte de este toro a Sonia, Marta y Elena. Ellas saben por qué».