Yo solo he podido estar a las puertas de China. Los países que la rodeaban estaban abiertos a los forasteros y hacían una especie de cinturón visitable más o menos fácil. Esto puede ser discutible, pero ya hace demasiado tiempo para mi memoria. Pero sí me atrevo a decir que, además de ser un inmenso territorio, de China se sabía muy poco. Ahora es una potencia mundial, y pienso solo en la fabricación de automóviles y en su capacidad exportadora. Es posible que sea el origen de muchos productos que ya se encuentran esparcidos por todo el mundo.

La información que da Adrián Foncillas desde Pekín es impresionante: China tendrá 200 urbes, grandes aglomeraciones urbanas, en las que vivirán, en cada una, más de un millón de personas. Ocurrirá dentro de pocos años. Suponiendo la previsible multiplicación de nacimientos, se puede suponer una densidad humana sin precedentes. Nueva York, que había sido definida como la ciudad de los rascacielos, está a punto de ceder este título. Foncillas lo explica de una manera muy clara que, por otro lado, provoca estupefacción: «Una aldea de agricultores de 30 años atrás es, hoy, una urbe de 12 millones de habitantes».

Y yo me pregunto: «¿La Tierra acabará siendo una ciudad?». Dice el diccionario que una ciudad es una «población grande que tiene más preeminencias que una villa». La definición es comparativa, y propia de otro tiempo. ¿No se queda hoy corta? Ahora no es moda, me parece, pero hace tiempo se inventó el término 'megalópolis' para definir un conjunto de metrópolis que forman una enorme aglomeración urbana.

Pero 'enorme' significa «fuera de medida», por lo que el problema sigue existiendo. Porque alguien debería sentenciar cuál es el tamaño adecuado o correcto de las cosas. Los nuevos rascacielos que se alzan en Asia presentan una altura que ya no es la medida habitual de hace pocos años. El progreso y el éxito tienen dos caras: la mesura y la desmesura.