Desde el momento en el que un niño se convierte en usuario de una red social, empieza la intranquilidad para los padres. Es normal que el menor sienta la necesidad de pertenecer a algún grupo virtual donde coincide con sus amigos. Y es normal también que los padres se lo permitan, «para que su hijo no sea el bicho raro de la clase». Lo que ya no es tan normal es que no se ejerza ningún control sobre el uso de la tecnología. «No se trata de espiarle, de mirar su WhastApp a escondidas... Se trata de pactar con él unas pautas, que pueden ser progresivas y controladas: primero, por ejemplo, el móvil puede ser solo para llamadas; más adelante, si el chico quiere una cuenta en Instagram, la condición es que el padre pueda ser seguidor suyo», indica Juan Carlos Pascual. La realidad dice, no obstante, que el 42% de los padres no imponía, según un estudio del Ministerio del Interior del 2014, ninguna restricción a sus hijos en el uso de redes sociales. El 27% de los padres no dejaba a sus hijos tener un perfil propio en las redes sociales.