Antes de cumplir los 5 años, a los padres de Rubén Sáez ya les dijeron que su hijo era «un niño precoz». «Entonces no se hablaba de altas capacidades y apenas se hacían pruebas para confirmar la superdotación, así que me mandaron al colegio sin más, con los niños de mi edad», cuenta. Poco después de cumplir los 5 años, a Rubén esa precocidad empezó a pesarle como la peor de las cargas.

Los niños de su clase de párvulos no tardaron en darse cuenta de que Rubén era diferente, decidieron que no pertenecía a su grupo y empezaron a atacarle con crueldad. «Me gritaban que daba asco, que nadie me iba a querer... ¿Sabes cómo digiere eso un niño con solo 5 años?», explica desde la distancia que dan los casi 20 años que han pasado desde entonces.

Graduado en Psicología, Rubén colabora ahora con la fundación Fanjac de apoyo a niños y adolescentes con altas capacidades trabajando con chavales que, como él, cargan con el peso de ser superdotados y que, por eso, son víctimas de bullying. «Basta con escucharles, con que sientan que no son un bicho raro, que entiendan que lo que les pasa no es culpa suya», señala.

El paso de Rubén por la escuela no fue fácil. «El acoso era constante, primero con insultos y desprecio, luego, en alguna ocasión, hubo hasta golpes», recuerda. «Todo eso son cicatrices que, aunque a uno le parezca que están cerradas, a veces se reabren y duelen mucho», confiesa.

Las cicatrices de este joven, que vive en el pueblo de Santa Leocadia de Algama (Girona) y estos días de verbena trabaja eventualmente en una caseta de venta de petardos, son profundas.

«A los 11 años, coincidió con la muerte de mi abuelo, una persona a la que yo adoraba, hice una tentativa de suicidio, tratando de saltar por una ventana», cuenta Rubén Sáez. Poco después de aquello empezó a medicarse contra la depresión y a participar en terapias de relación de ser.

Terrible secundaria

Si la enseñanza primaria fue difícil, la secundaria fue ya terrible. «El otro día encontré por casa algo que yo había escrito a los 15 años -relata-. Decía que ya no sabía qué más hacer, que yo había cambiado mi forma de ser para que la gente me aceptara, pero que ni aun así me aceptaban». «Tenía 15 años y yo era una persona completamente rota», admite.

En sus charlas por colegios, Rubén habla mucho de la autoestima, de la valentía del daño que hacen las risas y los silencios que cubren a los acosadores y de lo importante que es dar un paso al frente, tanto si uno es víctima como si es testigo, contra el acoso escolar.