"Las fantasías sexuales son libres y no deben ser prohibidas. Ni las de los hombres ni las de las mujeres, que también las tienen". Lo dice Andrea Ponce, directora de comunicación de la productora de Erika Lust, cine porno con sello y sensibilidad femeninos. "Más que censurar, lo que debe plantearse es una industria ética y legal. Considerar a la mujer como sujeto y no como objeto", propone Lust. Pero los amos de este negocio millonario -una web como pornohub.com recibe 87 millones de visitas al día- no están por la labor. Y más ahora que cualquiera, escondido bajo el anonimato, puede subir a internet productos ilegales cada vez más "turbios, violentos y absurdos", constata Ponce.

Simular la pedofilia

Es la consecuencia de la sobresaturación. El porno convencional ya no vende. "Ahora los consumidores quieren ver a una mujer con tres hombres de golpe, cosas más ‘hardcore’", comenta Ponce, que anuncia con preocupación la última tendencia: simular la pedofilia. "Están muy en alza las ‘teenagers’, actrices maquilladas como niñas, madrastras con hijastros… Hay que vigilar lo que se enseña porque el porno se ha convertido en el profesor de sexualidad y lo ven personas muy vulnerables".

"El placer femenino importa", lema de la directora Erika Lust, nada a contracorriente de una oferta mayoritaria que repite en cualquier situación los mismos patrones machistas y brutales. "Ahora vemos en las escenas lésbicas la misma violencia que en las tradicionales", lamenta Ponce. "Es el ‘punishfucking’: la rabia y la violencia de los hombres castigando a mujeres, trasladadas a mujeres mayores que se ensañan con jóvenes".