No da entrevistas desde hace años, ni posa para fotografías. «No hay ninguna razón para contactar con Escif», asegura en su web. Pero desliza un mail al que, en el caso de este reportaje, contesta de manera tan educada como vacía de impresiones personales. En su página dice que las palabras están «llenas de contradicciones» y prefiere no interpretar su obra. «La explicación del artista no importa», afirma tras criticar cómo «el mercado y los políticos monopolizan las calles en su propio beneficio, contra la gente» y apostar por «un uso diferente del espacio público».

No hay muchos datos sobre él. Se le supone valenciano y licenciado en Bellas Artes. Lleva dos décadas en activo pero fue en el 2012 cuando empezó a hacerse popular por sus grafitis recogiendo el tropiezo del rey Juan Carlos ante su Estado Mayor, el estallido del caso Gürtel o la Primavera Valenciana, tres días de enfrentamientos entre jóvenes de un instituto con la policía que reflejó con el dibujo de unos antidisturbios pegando a un libro.

Un pequeño papel en el documental sobre Bansky, el más icónico y esquivo de los grafiteros, confirmó que ha traspasado fronteras. Entre las obras que aún pueden verse en Valencia está su Homenaje a los caídos, un coche volando cuya foto retuiteó tras la condena por los chistes sobre Carrero Blanco o un selfi de un caballero con armadura. Pero ya no solo pinta. Ha escrito un libro (Elsewhere) y realizado un documental-ensayo (Un coche rojo).