Su labor en Seyne-les-Alpes trasciende a la asistencia a los familiares que han venido a despedirse de los suyos. Atienden a gendarmes que llegan al helipuerto deshechos, destrozados por lo vivido a 2.000 metros de altura, donde además se juegan el tipo porque a lo escarpado del terreno hay que sumarle el hielo que todavía soporta las embestidas de la primavera. "Aunque están acostumbrados a este tipo de situación, esto no significa que no les afecte", comparte el agente que corta el paso en la pista que sube desde Le Vernet.

DE INTERPRETE A AFECTADA Durante la ceremonia de las familias, el miércoles, una de las traductoras voluntarias supo que el hermano de una amiga íntima estaba en la lista de pasajeros. Se desmoronó. "Pasó de intérprete a afectada, de golpe, y tuvimos que asistirla de inmediato", recuerda Isabel Ferrer, responsable del Centro de Urgencias y Emergencias Sociales de Barcelona, que por primera vez actuaba fuera del área metropolitana.

"Hemos sido un kleenex más, pero necesario", apunta el psicólogo Eduard Martínez, que ha pasado cuatro días en Seyne-les-Alpes. También han estado ahí desde el primer momento los habitantes de esta región que ya nunca podrán mirar igual a la montaña que adoran. Hoteles, apartamentos turísticos, franceses con segunda residencia... Han sido muchos los que han ofrecido su casa para lo que fuera menester.

HOSPITALIDAD "Díganle a las familias y amigos de las víctimas que nuestro pueblo es ahora su pueblo, que nuestras casas están abiertas para ellos", decía el alcalde de Le Vernet, François Balique, una pequeña aldea con los mismos habitantes que pasajeros iban a bordo del vuelo Barcelona-Düsseldorf. Se dieron pocos casos, pero los hubo, de nativos que acogieron a los allegados. Fue el caso de Jean-Jacques, un restaurador que recibió a dos familias, una alemana y otra española.

Eran 14 personas, todas en una misma mesa, alargada. El buen trato hizo el cariño, y acabaron por enseñarle fotos de sus seres queridos en el teléfono móvil. Ayer, todos los vecinos de Le Vernet se citaron junto al monolito en memoria de las víctimas. Muchos lloraban. Depositaron flores, no hubo discursos.

Solo un silencio respetuoso que terminó con una visita a la pequeña capilla ardiente que guarda un libro de condolencias. Antes, por la mañana, unas 500 personas acudían a una misa en la catedral de Digne les Bains, a 40 kilómetros de Seyne. Plegaria en francés, español, inglés y alemán, encendido de 150 velas y un mensaje de solidaridad del papa Francisco.

Es el último fin de semana de esquí en los hoteles de madera de la Alta Provenza. Los turistas galos ojean la prensa local mientras controlan a sus hijos. Un matrimonio de Lyon, Eric y Katy, tiene previsto visitar mañana Le Vernet para que sus pequeños entiendan qué ha pasado. Luego pueden pasar por la iglesia de Nuestra Señora de Nazaret, en Seyne-les-Alpes, y escribir en el libro de duelo. Sophie ya lo ha hecho: "Nuestras montañas tratarán a sus seres queridos con ternura".