En la actualidad se estiman una ventas de 6 billones de cigarros al año en todo el mundo, y se calcula que 4,5 billones de colillas se convierten en basuraleza (termino utilizado para designar la basura existente en la naturaleza). Un problema que se agrava en el verano, por la mayor presencia humana en entornos naturales. Desde el proyecto Libera de SEO/BirdLife en alianza con Ecoembes, se ha elaborado un informe sobre la presencia de colillas en espacios naturales, que se han convertido en la primera fuente de basura mundial, uno de los residuos que más abunda en espacios abiertos.

Según el informe de 2017 de la ONG Ocean Conservancy, las colillas representaban el 13% del número total de desperdicios recogidos en su campaña mundial. En la misma dirección apuntan las campañas ‘1m2 por el campo, los bosques y el monte’ y ‘1m2 por las playas y los mares’, que desarrolla Libera, que muestran que la colilla es uno de los residuos más encontrados en estos ecosistemas, seguido, entre otros elementos, de las toallitas húmedas. Una amenaza para los mares y océanos ya que factores como el viento o la lluvia hacen que estos residuos se desplacen y terminen en las costas. Como consecuencia, las especies y sus ecosistemas sufren el impacto de estos residuos infravalorados. Así lo demuestran diversos estudios, que aseguran que el efecto contaminante de las colillas puede durar entre siete y 12 años e, incluso, algunos autores afirman que puede llegar hasta los 25 años.

EFECTOS DEVASTADORES

En este sentido, cabe destacar que las colillas contienen sustancias como cadmio, arsénico, alquitrán o tolueno que, al entrar en contacto con el agua, tiene efectos muy nocivos en la naturaleza, provocando que la calidad del agua se vea amenazada y se altere el ciclo ecológico de algunas especies marinas como moluscos, peces, reptiles y aves, que pueden resultar envenenados. De hecho, cada colilla puede llegar a contaminar hasta ocho o 10 litros de agua; y hasta 50 litros si es agua dulce. En el caso de los grandes depredadores marinos, como las aves y los cetáceos, la ingesta de colillas es habitual, y puede causar toxicidad directa, así como una cierta sensación de saciedad (al inflarse las colillas dentro del estómago), que en casos extremos puede conducir a la muerte por inanición .

Además de la toxicidad, la naturaleza también puede verse gravemente afectada por otros factores como los incendios provocados por las colillas mal apagadas o aquellas que se lanzan desde un vehículo en marcha. Un problema que se agrava en verano, ya que las altas temperaturas, el viento y la falta de lluvias acrecientan aún más la posibilidad de incendios. Por otro lado, el abandono de colillas supone también un gran impacto económico para las administraciones locales.

POSIBLES SOLUCIONES

Aunque una solución sería la prohibición de los filtros no biodigradables, existen medidas: En primer lugar, la educación “Los ciudadanos deben comprender las consecuencias que tiene un gesto tan cotidiano, pero tan incívico como es tirar una colilla. Esta falta de responsabilidad requiere incidir en la sensibilización como principal herramienta para lograr un cambio de conducta en la sociedad”, declara Sara Güemes, coordinadora de Ecoembes del Proyecto Libera.

Otra de las medidas es la colocación de señales y ceniceros en espacios públicos, fomentar el uso de ceniceros portátiles entre los fumadores e, incluso, incrementar las sanciones por tirar colillas al suelo. En esta línea, Libera desarrolla diferentes campañas de sensibilización como #SeTeHaCaído o #TenemosUnProblema, que ayuden a identificar la situación y a que los ciudadanos sean conscientes de la importancia de sus gestos.

“El problema de las colillas es que están hechas de acetato de celulosa, un componente derivado del petróleo. El primer paso es intentar sustituir este componente por filtros de materiales biodegradables, que ya existen”., afirma Miguel Muñoz, coordinador de SEO/BirdLife del proyecto Libera.

“El efecto que una simple colilla produce en el medio ambiente es devastador. Necesitamos que la sociedad sea consciente de cómo se puede destruir la biodiversidad como consecuencia de estos residuos que no solo se encuentran en el entorno urbano, sino también en la naturaleza”, asegura Sara Güemes.