Viernes Santo, soledad y silencio. Tres elementos que nos sitúan en la antesala del gran acontecimiento del misterio pascual: la Resurrección del Señor. Cada Viernes Santo, los hermanos de la Soledad comenzamos nuestra estación de penitencia emprendiendo la marcha desde cada uno de nuestros hogares, solos y en silencio, para llegar a los pies de María que espera, en Soledad, al pie de la cruz de su Hijo. Momentos vividos hacia el interior de cada hermano penitente, que nos llevan a la reflexión acerca del momento que reflejaremos en las calles de la ciudad dando testimonio de nuestra fe.

A la llegada a la parroquia de Santiago dirigimos una oración a la Madre y comenzamos a vivir en intimidad los momentos previos a la salida procesional. Como comunidad, dirigidos por el párroco y consiliario, realizaremos un acto de adoración a la cruz que nos ayudará a disponer el corazón. Conmemoramos la muerte del Señor y contemplamos el misterio de María, sola al pie de la cruz. Pero igual que María no estuvo sola cuando muere su Hijo, los hermanos de la Soledad, como hicieran las santas mujeres, estaremos acompañándola por las calles de la ciudad, en un recorrido que nos llevará ante la Cruz Guiona en la Santa Iglesia Catedral. Y de la misma manera, en silencio y soledad, regresaremos a Santiago, donde un año más habremos sabido dejar unas horas el estrés de la cotidianidad para hacer oración al estilo de los monjes en el inicio de la cristiandad.