La archicofradía de la Vera Cruz debe tener el secreto para saber conjugar la mayor seriedad del mundo con la más pura pasión de barrio. Como impresionante y serio fue el estreno de la incorporación al cortejo, abriéndolo en su cruz de guía, del Lignum Crucis recientemente entregado a la hermandad por el Marqués de Vivanco (un hito en el devocionario cordobés) y como pasión tuvo el regalo de un ramo de rosas de la novia de Rafael, soldado y ahora destacado en el Líbano, al Señor de los Reyes, la emoción de la llamada de los capataces a sus cuadrillas recordando el orgullo que supone para el Campo de la Verdad esta hermandad o ese toque seria-alegría, si se permite unir ambos términos, de la Banda de la Esperanza junto a María Santísima del Dulce Nombre. Por cierto, su palio estrenaba la gloria del techo, del bordador de Morón Manuel Solano. Que no deja de ser la pieza de la archicofradía que, por su posición, más se refleja en las aguas del Guadalquivir cuando cruza el Puente Romano. Que tampoco es poco honor.