Este año llega la Semana Santa de la mano de la primavera: la luminosidad del Domingo de Ramos se fundía con el esplendor de nuestras hermandades que, de nuevo, realizaban sus estaciones de penitencia entre la emoción y la unción que destila la religiosidad popular. Por eso, Córdoba vibró con la procesión de La Borriquita; se estremeció con Las Penas, de Santiago; palpó la agonía de Jesús en el Huerto; vibró con la Esperanza, de san Andrés; ensalzó el Amor, que llega desde el Cerro, y renovó sus promesas penitenciales acompañando a Jesús Rescatado. El pueblo de Dios es particularmente sensible al misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Y el entusiasmo de la multitud se hace silencio denso, mirada anhelante, aplauso encendido cercano al firmamento.