Este año, por primera vez desde aquel lejano 1980, ya no estaban al mando de los pasos nuestros queridos capataces Rafael y Patricio. Con la naturalidad y elegancia que los caracteriza dejaron su sitio a los que han sido sus fieles delfines. Y la vida sigue, y el llamador volvió a sonar y la mirada de Jesús Caído volvió a tallar nuestra fe, y rezamos en el Colodro junto a la orante perfecta, Nuestra Soledad, a la luz de una cera que agonizaba cercana la subida al monte Carmelo.

Gracias a Dios, nuestros titulares ya posan en su espléndida capilla, fruto del trabajo y sacrificio de muchísimas personas. El sueño de verlos allí se ha transformado en realidad y en la esperanza de ver algún día totalmente restaurada esta joya arquitectónica, ese enorme sagrario que desde tiempo inmemorial acoge lo más grande para los hermanos de esta cofradía.

Y seguimos caminando, abrazados a su Cruz, para dirigirnos a un reto importante: el 250 aniversario fundacional. No hay constancia de que en ocasiones precedentes se conmemorara efemérides parecida, de ahí el reto que supone. Estoy seguro de que los hermanos aprovecharán la oportunidad para dar testimonio del amor y devoción a sus titulares y de fidelidad a su hermandad.