Quizás el gran estreno de los días grandes de la Semana Santa fue el sol y las altas temperaturas, ya que no se recordaba un Jueves y Viernes Santo con normalidad desde hace cuatro años.

Con este buen pronóstico amanecía un Jueves Santo con la mirada puesta en San Agustín, desde donde después de 53 años volvería a salir la Virgen de las Angustias, un hecho que no fue ajeno a los cientos de personas que colapsaron la plaza de San Agustín para vivir el histórico momento. Así, se vivió una especial salida que solo propicia la gente cercana, la del día a día, la que se le queda un pellizco dentro hasta que la cofradía vuelve a su barrio.

Un barrio que las Angustias comparte con la hermandad de Jesús Nazareno quien a primeras horas de la tarde abandonó la capilla que lleva su nombre para recorrer unas calles, quizás con demasiado ruido para esta cofradía que a gritos pide recogimiento alrededor de sus bellas imágenes.

También de barrios sabe mucho la hermandad de la Cena, quien puntualmente puso su cruz de guía en la calle llenando de capirotes rojos sacramentales las modernas calles de Poniente. Mientras las vibrantes cornetas de la banda de Coronación anunciaban por las calles el misterio eucarístico, en el Casco Histórico, la hermandad de Jesús Caído y la del Cristo de Gracia volvieron a cruzar las calles con su particular sello ajeno a toda clase de modas.

A estas horas, en la calle de la Feria no cabía un alfiler, daba escalofrío ver las fotos que saltaban a las redes sociales, público más pendientes del desfile de la Legión que del Señor de la Caridad, al que casi ignoraban esperando los malabares de estos hermanos de honor de la cofradía del Señor de la Caridad.

Un bullicio a veces irrespetuoso que de algún modo calmó la hermandad de la Buena Muerte a su salida de San Hipólito. Público de calidad para la única cofradía de la madrugada del Viernes Santo, cofradía que a pesar de ser de silencio, su estética tiene más música que algunas de las que van a bombo y platillo en plena tarde cualquier día de la Semana Santa. Inenarrable el palio de la Reina de los Mártires cruzando el Patio de los Naranjos, derroche de estética que propició la perfecta temperatura de la madrugada.

Pero si esperado fue el Jueves Santo, más lo fue el Viernes, ya que había hermandades que llevan tres años sin salir.

Como ya es algo habitual el Viernes Santo, fue el día de la Catedral. Todas las cofradías volvieron a dirigir sus cruces de guía hasta el primer templo de la diócesis, que convertido en carrera oficial improvisada estuvo repleto de público durante toda la tarde.

Desde el Campo de la Verdad llegó la hermandad del Descendimiento poniendo sonido de barrio y bulla a un fúnebre Viernes Santo. Por su parte la hermandad de los Dolores estrenó lugar de salida en el recién terminado local de pasos en la plaza de Capuchinos, donde por fin la Señora de Córdoba salió de un sitio acorde con la categoría devocional de la querida imagen.

Poco a poco discurría la tarde con la elegancia de la hermandad de la Expiración cuyo primer paso estrenó un relicario en plata y los faldones bordados por Antonio Villar. Por su parte, la Virgen del Rosario con motivo de su cuarenta aniversario, lució de manera extraordinaria un elegante exorno floral.

La Soledad lució sus nuevos respiraderos, una conjuntada obra que realza el paso de la Virgen, y finalmente el Santo Sepulcro puso su particular sello a una Semana Santa, que a la espera de la hermandad del Resucitado, se recordará como la mejor de los últimos tiempos, al menos en climatología.