La arquitectura civil y religiosa de Montoro, caracterizada por el rojo de su piedra molinaza, se convierte en un manto que arropa cada desfile procesional, con lo que conjuga perfectamente con el escenario que cada año se vive en torno a la Semana Santa de esta localidad, donde se disfruta con un espíritu muy particular.

Tras la inauguración del Mirador del Imperio Romano, con multitud de asistentes junto a la ribera del Guadalquivir, la madrugada del viernes, a las 3 hora solar -que es 2 horas menos del horario oficial-, el reloj de la iglesia de San Bartolomé se retrasa dos horas como marca la tradición. A esa hora pasaba bajo el arco de la antigua cárcel el Nazareno, una talla de Pío Mollar (1940). Una imagen llevada por decenas de penitentes que se iban cambiando a lo largo de una maratoniana procesión. Los soldados romanos escoltaban al Rey de Montoro y el Antiquísimo y Piadoso Coro de Nuestro Padre Jesús Nazareno y Nuestra Señora de los Dolores le cantaba, como también lo hizo a la salida de la iglesia de San Juan de Letrán y bajo el mismo arco, a la Virgen de los Dolores. El público se congregaba en la plaza de Jesús para ver salir al resto de imágenes, para coger luego la calle estrecha de esta misma plaza para desembocar hasta la plaza de España. Allí muchos visitantes se quedaban impresionados por la devoción y grandeza al ver las caras de emoción de los penitentes. Todo el mundo se sentía nazareno. Tanto es así que incluso párrocos que han pasado por la localidad han vuelto para sentirse nazarenos. La cohorte de decenas de romanos tocaban las marchas marciales durante el traslado de Padre Jesús por las angostas callejas montoreñas. Algunos, desde sus balcones, osaban tocar la cruz y la mano que la soporta. Detrás de esta imagen que abría la procesión le seguían San Juan Evangelista, María Magdalena, Santa Mujer Verónica y la Virgen de los Dolores, todos llevados a hombros de hombres y mujeres. El poyato de San Jacinto los esperaba para que el primer rayo de luz del día le diera en la cara al Nazareno. Los turistas, penitentes y vecinos en general observaban con especial emoción ese instante, «que se vive muy pocas veces en la vida», comentaba un vecino, quien también destacaba la importancia que tienen en la Semana Santa montoreña «las carrerrillas que protagonizan los penitentes en las calles más empinadas», donde aún más se pone de manifiesto el esfuerzo y la fe con la que se llevan los pasos.

Ya por la tarde, se celebró la Pasión del Señor, sucediéndose a primera hora los desfiles del Imperio Romano y banda Juan Mohedo que, acompañados por las autoridades locales, hicieron el tradicional recorrido desde el Ayuntamiento hasta la ermita de San Sebastián. Una vez allí, se procedió al inicio de la procesión del Santísimo Cristo de la Misericordia y Nuestra Señora de las Angustias. Posteriormente, y desde el mismo lugar, lo hacían el Cristo Yacente en una urna sepulcral de plata de 1894 y Nuestra Señora de la Soledad bajo palio. Además del Imperio y la banda de Juan Mohedo, les acompañaban el coro gregoriano Santo Sepulcro, fundado en 1995. Una procesión solemne donde las haya. Así se puso fin a una Semana Santa que concluye hoy Domingo con la procesión del Resucitado desde la ermita Virgen de Gracia, a las 10.30 de la mañana.