Cuatro años con sus 1.460 días es el trayecto que hemos recorrido los hermanos de la Soledad antes de abrir las puertas de la iglesia de Santiago Apóstol para procesionar este Viernes Santo. Cuatro años de trabajo, de lucha callada e ilusiones emborronadas por la lluvia. Cuatro años de esfuerzos, de horas de hermandad, de cuerpos cansados, de disgustos y alegrías. Y como cada uno de estos cuatro años nos hemos dispuesto en cuerpo y alma a acompañar a María Santísima al pie de la Cruz, a compartir un momento su dolor, a celebrar penitencia por las calles de nuestra ciudad. Hemos vuelto a traer nuestros anhelos y vicisitudes ante la Madre de Dios y hemos vuelto a enamorarnos calladamente de la bella imagen de la Virgen. Si, al menos, estos cuatro años sin sentir el calor de la ciudad hubiesen servido como ofrenda a Dios para que alivie la situación de aquellos que más duramente padecen la crisis, nos sentiríamos satisfechos de tan larga espera. Si, al menos, alguien a pie de calle ha aliviado su dolor rezando al paso de Nuestra Señora, habrá valido la pena esperar. Imagínense el primer día de vacaciones tras cuatro años sin poder disfrutarlas. Pues mayor fue nuestro gozo este Viernes Santo.