Entre los cofrades del Santo Sepulcro, los hay por tradición familiar, cuando desde pequeños sus padres los llevan de la mano a su hermandad y, poco a poco, la van haciendo suya, aprendiendo su idiosincrasia y rezando a Dios y a su Santísima Madre, de la misma manera en que sus mayores les enseñaron. Sin embargo, los cofrades del Santo Sepulcro, también, lo son por elección. Pues ser de esta cofradía no supone un camino sencillo.

No se trata de una hermandad en que estalle la alegría y discurra su cortejo entre el bullicio alegre de las calles. Sino que, por el contrario, supone discurrir por un camino de sombras, donde sus hermanos son la luz que acompaña al cortejo fúnebre de Nuestro Señor.

Un camino iniciático que, por más Viernes Santo que se hayan vivido, siempre es distinto y primero. Un sendero que se pierde entre la historia de una hermandad centenaria que fue el reflejo de la forma que Córdoba tuvo y tiene de entender la Semana Santa. Supone dejar atrás lo que uno es para, durante unas horas, vivir intensamente la reflexión de la muerte de quien dio la vida por nosotros y comprender que nos iguala y, a la vez, nos ofrece la esperanza eterna de la resurrección.

Como el Arca de la Nueva Alianza que es el catafalco donde reposa el cuerpo que Resucitará al tercer día. Ser cofrade del Santo Sepulcro supone escoger el camino del anonimato y tomar la Cruz personal de cada uno para engrandecer nuestra alma, desde la humildad que nos hace saber lo pequeños que somos ante El, que todo lo puede.