No puedo más que coincidir con el compañero de tareas informativas y pregonero de la Semana Santa 2017, Francisco Mellado, en su reflexión de ayer en estas páginas sobre el arranque, en un multitudinario Domingo de Ramos, de la nueva carrera oficial. Pero permítanme que en lugar de poner el acento en lo mucho bueno del cambio (que lo hay) incida en el enorme trabajo que se ha demostrado pendiente.

Digo esto con cierta aprehensión después de ver ayer el grave problema surgido en la Cruz del Rastro y tras constatar que todos los cofrades a los que les preguntaba estaban contentos con la nueva carrera oficial (para muchos hermanos del Domingo de Ramos fue algo mágico, místico), mientras que no he logrado escuchar aún ni un solo comentario favorable de personas que siguen la Semana Santa aunque sin ser hermanos. «Se han creado dos semanas santas, una para los cofrades y otra para el pueblo», decía una de estas críticas. No sé si tiene razón, pero también como cofrade la idea de ese divorcio me preocupa.

Espero que en estos días de menos bulla se aproveche para limar problemas. Porque más que la Semana Santa 2017 me preocupa... La Semana Santa 2018. Y es que el pueblo es comprensivo (sobre todo el cordobés, quizá demasiado) y entiende los problemas de cualquier gran cambio. Pero la paciencia solo se le puede pedir a la gente una vez.