Rocío Mohedano López fue la primera paciente atendida en la Unidad de Oncohematología del hospital Reina Sofía, cuando este área abrió en el 2003 en el Materno Infantil, lo que posibilitó que los niños afectados por este tipo de enfermedades ya no tuvieran que ser derivados a otros hospitales, principalmente a Sevilla. Justo entonces se incorporaba al Reina Sofía la oncóloga pediátrica Elena Mateos y Rocío fue su primera paciente y también la primera a la que pudo ayudar a salvar. Rocío, que este año cumplirá 15 años, tuvo que sobreponerse, con solo 14 meses y cuando aún ni hablaba ni andaba, a un cáncer de hígado, a un hepatoblastoma.

Mercedes López, la madre de Rocío recuerda que cuando su hija tenía 8 meses le notó «un bultito en el ombligo, que pensábamos podía ser una hernia. Poco después de su primer cumpleaños, que es el 12 de mayo, estuvo un poco de tiempo con fiebre. Un día la tenía, otro no. La pediatra que entonces atendía a mi hija nos decía que sería un virus. Pasó la Feria de Córdoba y mi hija seguía con esa fiebre recurrente y llegó el verano y nos fuimos a pasar dos meses a Torre del Mar». «Estando ya en la playa, al pediatra que nos asignaron en Torre del Mar no le gustaba que la fiebre no desapareciera y nos comentó que si seguía la niña así que nos fuéramos directamente al hospital. Cuando llevábamos 12 horas en el hospital nos dijeron que le habían visto a mi hija una masa en la cavidad abdominal y que no sabían cuál era el pronóstico, si benigno o maligno, ni si se podía operar. Nos quisieron trasladar al hospital Carlos Haya de Málaga para realizarle pruebas, pero preferimos volvernos a Córdoba y que la atendieran en el Reina Sofía. Comenzaron a practicarle pruebas y el 30 de julio la operaron. Se confirmó que lo que tenía Rocío era un cáncer de hígado, pero que se había pillado muy a tiempo. De cien pacientes con un tumor como el que tenía mi pequeña solo se salvaba uno, nos dijeron. Tuvimos mucha suerte, ya que la masa tumoral no se había extendido. Solo tuvieron que extirparle un poquito de hígado, que luego se regeneró con el tiempo», expone Mercedes.

«Después de la operación, nos fuimos otra vez a la playa y regresamos para la quimioterapia. Mi hija aún no andaba. Aquello pasó de la noche a la mañana porque ella antes estaba como una rosa. Para poder administrarle la quimioterapia, le pusieron un portacath, con el que convivió varios años. En total fueron seis sesiones y una de refuerzo. Con la última quimio estuvo 21 días vomitando, la pobre de rodillas en su cunita. ¡Qué mal lo pasábamos! Estuvo casi un año ingresada en la la planta de Oncohematología del Materno Infantil, pero no le bajaron mucho las defensas, ni necesitó aislamiento. Era para verla, aprendiendo a andar por los pasillos del hospital con su suero enganchado», cuenta la madre de esta chica, que pudo curarse de su enfermedad y no tuvo que tomar medicación alguna tras acabar los tratamientos, pudiendo ir a su colegio y ahora al instituto, como los otros chicos de su edad. «Los profesionales que trabajan con los niños que luchan contra el cáncer en el Reina Sofía y los voluntarios de la Asociación Española contra el Cáncer se convierten en la segunda familia de los pacientes. Para nosotros fueron un gran apoyo», resalta Mercedes. Rocío estudia ahora tercero de la ESO y le encanta bailar. Ya ha participado en tres campamentos de verano de la AECC en La Carlota y también en el organizado en el Valle de Arán. A pesar de su juventud, está pensando en cómo devolver lo que ella recibió haciéndose voluntaria de la asociación contra el cáncer en cuanto le sea posible.