Cirujanos pediátricos del Hospital Vall d’Hebron especializados en la reparación maxilofacial han diseñado un recurso barato e incruento que reduce la antiestética y limitante malformación con que nace uno de cada 800 niños en España -750 afectados cada año-, que sufren una fisura labiopalatina, conocida como labio leporino. La alteración, que surge en la gestación, divide en dos el labio superior y el paladar del recién nacido -en ocasiones solo el labio- impidiendo el desarrollo correcto de ambas zonas y también de la nariz, que, sin soporte labial estable, cae o crece con asimetría. Si no se interviene, el niño completa su crecimiento con una notable deformación facial que afecta a boca, nariz y paladar, lo que no solo afea sino que además le impide hablar y masticar adecuadamente.

«Estos bebés succionan mal, se nutren mal y todo su desarrollo se complica», describe el cirujano maxilofacial Nicolás Sierra, uno de los artífices de la iniciativa que desde el pasado julio se emplea en Vall d’Hebron y que consiste en insertar en el paladar un diminuto aparato que va reorientando el crecimiento del labio, el paladar y la nariz. Así se consigue reducir drásticamente la cifra de intervenciones quirúrgicas.De las hasta siete operaciones, con anestesia general, que exigía reconducir la malformación facial, se pasará a dos únicos actos quirúrgicos: uno a los seis meses de vida, para corregir el labio superior, y otro al año, que unifica el paladar. La fisura labiopalatina impide que la cara del recién nacido se estructure de forma armónica. Los dos hemisferios del maxilar superior no se fusionan y la malformación va abriendo un espacio en el centro del labio superior y el paladar.

El procedimiento incorporado en la unidad de cirugía oral y maxilofacial pediátrica de Vall d’Hebron se inicia en la primera semana de vida del bebé sin que requiera su ingreso en quirófano. En la consulta ambulatoria del hospital, el cirujano coloca al niño cabeza abajo -para evitar que se atragante- y moldea en el paladar del pequeño una minúscula prótesis a la que da forma en aquel momento. El material empleado, un alginato, se condensa instantáneamente. Con la pieza resultante elaboran otra idéntica, acrílica, que colocan al bebé y que debe quedar sujeta las 24 horas del día, hasta que un mes más tarde la sustituyan por otra que se adaptará al crecimiento que haya experimentado el niño.

Así, se empieza a reorientar el desarrollo de la nariz y la boca. La pieza ejerce de guía del crecimiento de los tres puntos implicados. Desde ese momento, el niño puede succionar sus alimentos. Su evolución se normaliza y sus padres se tranquilizan prácticamente desde el nacimiento.