Corea del Norte participará en los Juegos Olímpicos de invierno que se celebrarán el mes próximo al sur del paralelo 38. La decisión se ha tomado este martes en el tramo matinal de las reuniones entre Pionyang y Seúl. El asunto olímpico se daba por descontado, la sustancia estaba en la foto de una mesa a la que se sentaban, por primera vez en dos años, los diferentes representantes de una nación de hermanos que no ha conseguido sacudirse la apolillada lógica de la guerra fría.

La participación norcoreana trascenderá lo simbólico. Hasta la sede olímpica de Pyeongchang acudirán deportistas, funcionarios, animadoras, artistas, observadores y periodistas. Las conversaciones de este martes se han centrado en mundanas cuestiones logísticas de acomodo y seguridad pero Corea del Sur ha podido ya sugerir otras medidas para romper el marco como el desfile conjunto en las ceremonias de inauguración y clausura. Ya lo hicieron en Sídney, Atenas y en los Juegos Olímpicos de Invierno de Turín, todas durante el periodo de acercamiento o 'sunshine policy' de las presidencias progresistas surcoreanas (1998-2008) que permitieron una década extrañamente relajada en la península. Seúl también ha ofrecido reanudar los encuentros de familiares separados por la guerra a mediados de febrero y organizar reuniones de las cúpulas militares para mitigar las tensiones.

Bromas en la frontera

La ausencia de conversaciones desde que Seúl perdiera la paciencia con el cuarto ensayo nuclear norcoreano en el 2016 había disparado la expectación. El convoy norcoreano llegó a las 09.30 hora local al pueblo de Panmunjon, enclavado en la franja militarizada de la frontera, y pasó a la orilla surcoreana. Las delegaciones de cinco hombres están lideradas por Cho Myung-gyon, ministro de Unificación surcoreano, y Ri Son-gwon, encargado de las relaciones con el sur. Todos se estrecharon las manos con mandíbulas relajadas y francas sonrisas. El representante norcoreano incluso se permitió una celebrada broma ("No sería exagerado decir que las relaciones intercoreanas han estado tan congeladas como el tiempo") y pareció embriagado de entusiasmo cuando aludió a las "altas expectativas" para pedir la retransmisión en directo de las reuniones "para todos los coreanos". Su homólogo del sur, más puesto en los usos diplomáticos, lo descartó con tino.

Las buenas intenciones dominaron los prolegómenos. "El norte y el sur participan hoy en conversaciones sinceras y serias", señaló Ri. Y pronosticó: "Irán bien". "Nos esforzaremos en que los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Pyeongchang sean un festival de paz y esperamos que sea un primer paso en la mejora de las relaciones intercoreanas", respondió Cho.

El deshielo nace en la heroica paciencia del presidente surcoreano, Moon Jae-in, quien ha adoptado como misión vital la normalización de las relaciones sin importarle cuántas bofetadas reciba del norte, de su electorado o de Donald Trump. Kim Jong-un premió sus esfuerzos finalmente durante su discurso de Año Nuevo con la propuesta de enviar a sus deportistas a los Juegos Olímpicos. Los acontecimientos se han precipitado desde entonces con estas conversaciones o la reanudación de la línea telefónica directa. Es recomendable embridar el optimismo porque un proceso con Corea del Norte de por medio puede descarrilar en cualquier momento. La misión de estas conversaciones es mantener abierto el canal de diálogo más que ambiciosos objetivos políticos.