Sin duda alguna, luchar por una denominación de origen para nuestra naranja es exigencia y un reconocimiento a nuestra economía, a nuestra cultura, a nuestra seña de identidad que físicamente nos muestra como un paisaje único: un bosque de naranjos. En este objetivo para nuestra naranja también tiene que quedar implícito que este reconocimiento justo tiene que tener su proyección social, porque las debilidades no están ocultas, están reconocidas.

Si el valor añadido se queda aquí, se queda en casa de todos, en todos los bolsillos, en todas las cajas de comercios y empresas, sería una garantía de sostenibilidad económica y social, una garantía que se merece un cultivo que afronta importantes retos de mercados y que esta última campaña está teniendo unos precios que están siendo rentables para los agricultores de la zona.