Aunque el actual sistema monárquico-constitucional es completamente legítimo, dado que fue votado dentro del pack constitucional del 78 y respaldado por todas las fuerzas políticas a derecha e izquierda, también es cierto que hay una importante presión popular para refrendar o no la monarquía constitucional con una consulta ciudadana. Lo que procede, siguiendo la letra jurídica y el espíritu democrático, es que el gobierno plantee un referéndum consultivo a la ciudadanía en vistas a una futura reforma constitucional o, por el contrario, las voces republicanas se equiparen de una vez por todas a los nostálgicos de Luis Alfonso de Borbón en Francia.

Porque el movimiento republicano en España tiene todas las de perder, ya que es mayoritariamente una combinación heteróclita de nostálgicos del antiguo régimen del 31, refugiados en una "memoria histórica" que no es sino la mixtificación de un proceso fallido desde sus orígenes, viciado por el sectarismo y la intolerancia. No había pasado ni el primer año de su andadura y el gran líder intelectual republicano, Ortega y Gasset, había proclamado que "No es eso, no es eso" ante el nivel de demagogia y extremismo que llevaría, por ejemplo, a tirotear y apedrear en la Semana Santa sevillana las imágenes de la Estrella de Triana.

Mientras que el movimiento republicano en España ha sido incapaz de modernizarse y reformarse --adheridos a fetiches como la bandera tricolor, fosilizados en sal como la mujer de Lot siempre mirando hacia atrás--, la monarquía, a través del Rey Juan Carlos, fue capaz de mutar siguiendo el modelo de las casas reales europeas al estilo de Noruega, Suecia, Dinamarca, Holanda, Luxemburgo o Gran Bretaña, que constituyen un referente mundial tanto de prosperidad económica como de nivel democrático.

No fue por casualidad que países a la vanguardia tecnológica y política como Canadá, Australia y Nueva Zelanda prefiriesen, cuando consiguieron la independencia respecto de Inglaterra, seguir manteniendo la forma de monarquía constitucional con el reinado simbólico del soberano británico. Porque reconocían el valor añadido ritual que un monarca, sin poder efectivo pero con representación virtual, añadía desde una perspectiva temporal enfocada en el largo plazo a las consideraciones cortoplacistas de los gobiernos elegidos cada cuatro años.

"Monarquía o república" es un debate desfasado y obsoleto. Los que crecimos aprendiendo la diferencia entre la República Federal de Alemania (un régimen constitucional) y la República Democrática de Alemania (una dictadura socialista) estamos curados de diferencias meramente nominales y sabemos que no hay que fijarse en si un país es monarquía (no es lo mismo Japón que Arabia Saudita) o república (no es lo mismo Alemania, de la que usted, estimado lector, seguramente no sabe el nombre de su presidente, que Cuba, esa neomonarquía absoluta de la famosa familia Castro) sino si dicha configuración es constitucional o no (siendo la denominación opuesta tanto "absoluta", como Bahrein, o "popular", como Corea del Norte). Porque "monarquía o república" da igual si es constitucional. Es decir, haya elecciones, separación de poderes, derechos individuales y prensa libre. Y del mismo modo que sería ridículo plantear cambiar el sistema republicano en Francia para que volviesen los Borbones, resulta igual de estrafalario pretender en España, a estas alturas del partido, el viaje hacia ninguna parte de una república que, dados los variopintos puntos de vista de sus defensores, se parecería más a Venezuela que a Suiza.

El espíritu democrático lleva tanto a defender la celebración de un referéndum como a que en él se apoye mayoritariamente la monarquía constitucional. El pueblo español ha dado en otras ocasiones plebiscitarias muestras de responsabilidad, como cuando la izquierda civilizada e informada venció a la izquierda radical y retrógrada en el referéndum sobre la OTAN. Además, el debate servirá para que se mejore el estatuto de la Casa Real, que peca todavía, como el resto de las instituciones políticas españolas, de falta de transparencia. Pero no cabe duda de que el príncipe Felipe ha recibido una formación ejemplar para desempeñar un cargo que lo convertirá, como sucedió con su padre, en el mejor embajador español, un multiplicador de la imagen de España así como una influencia integradora y estabilizadora entre las diversas fuerzas políticas. Como dejó escrito Santiago Carrillo en sus memorias dirigiéndose a Juan Carlos I "si (Felipe) reina como vos lo habéis hecho hasta ahora, será un buen rey". Así que cambiemos el tradicional "¡Viva el Rey!" por el democrático "¡Yo voto al Rey!".

* Profesor