El yihadismo se ha cebado de nuevo en Turquía. En un año, el número de muertos en atentados atribuidos mayoritariamente al mal llamado Estado Islámico (EI) se sitúa alrededor de 250, incluidas las más de 40 víctimas registradas en el perpetrado la noche del martes en el aeropuerto Atatürk de Estambul, el tercero de mayor circulación en Europa, especialmente en estas fechas, de tránsito de turistas o de turcos emigrados que vuelven a pasar las vacaciones. Turquía paga un precio muy alto por su cercanía al epicentro de la violencia que se desarrolla en la vecina Siria y en Irak, pero esta violencia tiene una derivada que afecta directamente a Estambul, la kurda.

La política del presidente Recep Tayyip Erdogan se ha inclinado de forma a veces abierta, pero casi siempre subrepticia, por combatir a las milicias kurdas antes que a los yihadistas, cuando se da la circunstancia de que quienes han sabido detener de una forma más eficaz y duradera a los hombres del EI han sido precisamente estas milicias. Hay informes fiables y pruebas documentales de la ayuda a yihadistas (por ejemplo, en el paso de terroristas por la frontera), como las hay de la colisión de intereses (en la venta del petróleo que el EI saca de las zonas que controla, por poner otro ejemplo). Las banderas del Dáesh incluso ondeaban en las calles de Estambul durante marchas progubernamentales en 2013, como un elemento más del islamismo internacional que se identificaba con las tesis del actual presidente turco.

Esta relación ya empezó a dar muestras de cambios con los ataques terroristas del Estado Islámico en suelo turco, en junio de 2015 contra un mitin electoral de la izquierda prokurda y en julio contra una reunión de la misma orientación en Suruç, en la que murieron 32 personas. Días más tarde, Turquía abrió la base aérea de Incirlik, a 120 kilómetros de la frontera siria, a la coalición antiyihadista, encabezada por EEUU, para atacar al EI en el norte de Siria. Tras el atentado del martes, Erdogan ha dicho que se trata de un punto de inflexión y ha pedido unión en la lucha global contra el yihadismo. Sería bueno para Turquía, pero también para el resto de Europa, que Estambul identificara de una vez por todas y sin ambigüedades quién es el verdadero enemigo, ya que es un punto estratégico de interés general para el control de los terroristas.

Los atentados suponen un duro golpe para el Gobierno turco, dado que su buena imagen ante el electorado, también en los sectores conservadores y religiosos, depende de su gestión económica y su capacidad de garantizar la estabilidad. El último atentado tiene, además, un efecto nefasto sobre las cuentas del país, en la que el turismo es fundamental. Erdogan acababa de normalizar las relaciones con Rusia tras su boicot a productos turcos y al turismo después del derribo de un caza ruso el pasado noviembre. Y unos días antes lo había hecho con Israel, después de que el asalto israelí a una flotilla que pretendía aliviar el cerco sobre Gaza en el que murieron 10 turcos causara la ruptura de relaciones. Tanto Rusia como Israel han sido grandes contribuyentes a la industria turística del país euroasiático y el descenso de visitas desde esos dos estados se ha dejado notar en esa industria. Esta política de normalización de relaciones indica la necesidad de recuperar un sector seriamente afectado por aquellos graves incidentes bilaterales. El atentado en un aeropuerto por el que circulan más de 60 millones de pasajeros al año no ayudará a la recuperación. Por todo ello, Erdogan no puede seguir jugando a dos cartas. H