Si alguien creyó en algún momento que el debilitamiento del Estado Islámico y de Al Qaeda iba a resultar en una pacificación del ambiente en Europa, la salvajada de la Rambla es la última prueba de que el yihadismo dispone de una reserva de efectivos suficiente para sembrar la inquietud cuando no el miedo en las grandes urbes europeas.

Barcelona reúne además dos características muy especiales para que atraiga la atención de los terroristas: es un centro turístico con ciudadanos de toda Europa en sus calles y cobija una comunidad musulmana numerosa --la ciudad y su área metropolitana-- en cuyo seno es fácil que una minoría violenta pase desapercibida.

El modo de cometer el atentado --un vehículo arremete de forma inesperada contra una multitud indefensa-- recuerda el perpetrado en la ciudad francesa de Niza la noche del 14 de julio del año pasado. Y en términos generales se atiene a la nueva estrategia de la yihad urbana: convertir en instrumentos de muerte útiles de uso cotidiano cuyo control global es imposible.

Puede que la resurrección del califato en Raqqa dé sus últimas bocanadas --es solamente una posibilidad--, pero nada indica que eso entrañe una mejora en la seguridad. La lógica terrorista, bajo la cobertura de la mitología del martirio, escapa a cualquier otra lógica que pretenda aplicarse a la situación tantas veces vivida en Europa durante los últimos años.

Tal como se ha pronosticado ya en numerosas ocasiones con anterioridad, la retirada de combatientes europeos o procedentes de Europa del teatro de operaciones de Oriente Próximo conlleva la instalación entre nosotros de terroristas con experiencia, que se han organizado en pequeñas células o que se han convertido en lobos solitarios. En cualquier caso, capaces de llevar a cabo acciones oportunistas sin necesidad de disponer de grandes medios.

Es este un conflicto asimétrico. Hoy en Barcelona, ayer en París, Londres, Bruselas o Berlín, y mucho antes en Madrid, la posibilidad de atemorizar a la opinión pública europea es ilimitada; también lo es la posibilidad de arraigar la impresión de que el enemigo puede ser cualquiera en cualquier momento.

El otro objetivo de los yihadistas, archirrepetido por los expertos, es llevar a la convicción de la comunidad musulmana de Occidente que es imposible la convivencia, que hay una incompatibilidad esencial entre el islam y el Occidente secularizado, heredero o continuador del colonialismo económico y cultural.

Nada es nuevo en la tragedia de la Rambla porque se trata de la misma tragedia de siempre desencadenada por unos fanáticos para quienes morir en combate es una liberación, un camino de santificación. La capital catalana era un objetivo. Finalmente ha sido golpeada y seguirá figurando en la lista de los iluminados de la bomba.

Para empeorar la situación, solamente falta que el atentado confiera a los integrantes de la comunidad musulmana la categoría de sospechosos habituales. Este sería el mayor de los éxitos por parte de quienes tienen por misión sembrar el terror por doquier.

* Periodista