La guerra, el hambre y el cólera se ceban en los yemenís, que semana tras semana suman muertos sin que la comunidad internacional se inmute. Hace ya dos años que Arabia Saudí y la coalición que dirige bombardean sin piedad a los civiles del país más pobre del mundo árabe. El petróleo del primer productor de crudo y el negocio de la venta de armas sellan los labios de los gobiernos, incluidos los que defienden los derechos humanos.

El furor de los combates en Yemen no se ha detenido por la retirada, el jueves pasado, de los mil soldados del contingente catarí. El Gobierno de Qatar ordenó su salida después de que Arabia Saudí y sus acólitos --Baréin, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Egipto, Libia, Maldivas y Yemen-- rompieran relaciones diplomáticas con el rico emirato para obligarle a distanciarse de Irán y cesar su apoyo a los Hermanos Musulmanes, que Riad, El Cairo y EAU consideran una organización terrorista.

Con casi 900 fallecidos, la Organización Mundial de la Salud (OMS) pide ayuda para frenar la epidemia de cólera, que ya afecta a 120.000 yemeníes y a 20 de las 22 provincias. Su petición se suma a las de otras agencias humanitarias que afirman que de los 26 millones de yemeníes, 14 millones están en situación de riesgo alimentario. En febrero, la ONU hizo un llamamiento para recoger 2.000 millones de euros para frenar la hambruna que amenaza a 3,3 millones de personas, de las que 2,1 millones son niños. Según Unicef, cada 10 minutos muere un niño en Yemen. Los países donantes entregaron poco más de la mitad de los fondos comprometidos en el 2016 a un pueblo que se desangra sin testigos. Riad no permite la entrada de periodistas, lo que facilita actuar con impunidad y reírse de las oenegés que denuncian matanzas indiscriminadas de civiles.

Un informe de las Naciones Unidas de enero pasado señala que los expertos que lo elaboraron están «casi seguros» de que los ataques de la coalición internacional violan las leyes internacionales. Añade que algunos bombardeos pueden considerarse «crímenes de guerra». Amnistía Internacional es más rotunda: «En todo Yemen se comenten espeluznantes crímenes de guerra y abusos contra los derechos humanos, causando un sufrimiento insoportable a la población civil». Arabia Saudí no es el único que comete crímenes contra la humanidad en Yemen, EEUU es cómplice de la barbarie al suministrar a su aliado armas e informes de inteligencia para que prosiga la contienda.

Situado en el extremo sur de la península Arábiga, el conflicto estalló en septiembre del 2014, cuando rebeldes huzíes --apoyados por Irán y seguidores del zaidismo, una rama del islam chií-- entraron en Sanáa y derrocaron al presidente Abd Rabbu Mansur Hadi. Seis meses más tarde la Casa de Saud, que defiende el credo suní más rigorista, el wahabismo, armó una coalición para defender a Hadi y sus simpatizantes.

Las víctimas de esta guerra, que ya cuenta con 15.000 muertos y cinco millones de desplazados, tienen poco que esperar de la comunidad internacional. Un mes antes de dejar la Casa Blanca, Barack Obama tuvo un gesto de castigo al régimen saudí y bloqueó la venta de munición de precisión. Pero mantuvo el apoyo militar a la guerra, incluida la recarga en vuelo de los aviones y la información de inteligencia. Con Donald Trump, la crisis humanitaria se agrava.

Trump aprovechó su primera gira como presidente de EEUU para visitar Arabia Saudí, donde no mencionó los derechos humanos o su preocupación por la suerte de los yemenís y firmó el mayor contrato de venta de armas: 110.000 millones de dólares para renovar el arsenal saudí. Además, sentó las bases de pactos comerciales por otros 270.000 millones. Trump y el rey Salmán bin Abdulaziz se oponen al acuerdo nuclear con Irán, país al que califican de «el mayor patrocinador mundial del terrorismo», sin tener en cuenta que los atacantes de las Torres Gemelas eran saudíes.

Como ha evidenciado la crisis con Qatar, Irán y Arabia Saudí se disputan el liderazgo en Oriente Próximo. Salmán pretendía con su guerra impedir que Teherán extendiese su poder por Yemen, pero nada hace prever un rápido desenlace de la guerra. Las negociaciones de paz auspiciadas por la ONU han fracasado. No ayuda el gobierno formado por huzíes y leales al expresidente Ali Abdulá Salé. Tampoco, el bloqueo naval que impide a los huzíes recibir ayuda militar o humanitaria, ni cortarles el acceso a la banca internacional con el traslado, ordenado por Hadi, del Banco Central desde Sanáa a Aden.

El caos hunde a Yemen en un Estado fallido, donde se hacen fuertes organizaciones radicales cercanas a Al Qaeda o al EI. Mientras, los yemeníes siguen muriendo por la guerra, el hambre o el cólera sin que nadie levante un dedo por ellos.

* Periodista