Andalucía, un año y otro, durante el gobierno de Rajoy, ocupa un pésimo lugar presupuestario en las inversiones públicas nacionales, siendo nuestra provincia y nuestra ciudad --«celeste Córdoba enjuta»; y tan enjuta-- la cola del pelotón, el farolillo rojo. Qué dolor, qué dolor, qué pena... Ante este estado de cosas no sirven ni el razonamiento ni el lamento por la injusticia. El gran jefe don Mariano, el hombre que nunca sabe lo que sucede en su derredor, el miope clamoroso, el ensalzador de protocorruptos en las plazas de toros, se muestra tan impertérrito como el estatuario don Tancredo, pues su deseo más exclusivo es, como unas baterías muy anunciadas, durar, durar y durar.

Mientras tanto, un pacto llevado a cabo con los nacionalistas vascos nos cuesta más que un ojo de la cara. Dicen que lograr sus votos, según los cálculos más fiables, alcanzará la cifra oronda de 300 millones de euros, cantidad sobrepasada por los 500 obtenidos, con una sola diputada, por Coalición Canaria, pues esta vez --efecto de su mala cabeza--, los nacionalistas catalanes del 3%, comandados en otras ocasiones por el gran heredero Jordi Pujol, de momento, no mojan sopa.

Desde muy antiguo, y con las cifras --números cantan; nada de opiniones--, al retortero, venimos predicando que si Andalucía hubiera tenido conciencia de su envidiable y exacta situación --poseer la llave presupuestaria siempre que hubiera un gobierno sin mayoría absoluta--, habría sido el árbitro de la política española, como ha venido sucediendo, en varias ocasiones con vascos y catalanes, gobernasen socialistas o conservadores. Bastaba haber tenido 7 u 8 diputados pertenecientes al partido regionalista. Cosa más fácil en Andalucía que en ninguna otra comunidad autónoma, dado el número de habitantes y provincias que tenemos. Un sueño que Andalucía nunca ha sabido interpretar, aunque entraba en el terreno de lo posible. Pero el Partido Andalucista ya sabemos que acabó hecho unos zorros, aunque había contado en sus filas con personas tan interesantes como José Aumente, Luis Uruñuela, e incluso Alejandro Rojas Marcos. Las luchas internas partidistas, que tanto merman el electorado, unido a los Judas Iscariotes, que tampoco faltaron, lo impidieron y lo que pudo haber sido un deseo bastante realizable se perdió en el firmamento como esos globos que el niño, en un descuido, deja escapar de su mano.

De sobra sabemos que los hechos políticos nunca tienen una sola causa, sino que en ellos se entrecruzan variados motivos. Por eso, a nada conduce diseccionar las situaciones vividas por el andalucismo, desde que obtuvimos el reconocimiento de «nacionalidad histórica» hasta su extinción parlamentaria, y que comenzaron con buen pie: llevando al Congreso 5 diputados en la primera legislatura. Un número suficiente para influir en las leyes importantes, empezando por la que contiene los presupuestos anuales y determina el quehacer público.

Este comentario, propiciado por el tratamiento presupuestario --recorte tras recorte--, que venimos padeciendo los andaluces desde que llegó la crisis, y que en Córdoba ha alcanzado un mínimo tan injusto como intolerable, solo queremos que sirva para tomar conciencia de que ninguna otra Comunidad tuvo en sus manos, y Andalucía lo desaprovechó porque no supo entenderlo y calibrarlo, la decisiva contribución a la gobernabilidad del Estado.

¿Sería reversible la situación? Nuestra respuesta es negativa a corto y medio plazo. Es más: aunque en varias ocasiones hemos escrito ideas semejantes a las sobredichas, ahora mismo ni siquiera sabemos por qué seguimos dándole vueltas a la noria de este tema fallido, cuando un poeta tan admirado y profundo como Rainer María Rilke, nos enseñaba que puede parecer mezquino hablar de lo que no fue.

* Escritor