Echo la mirada hacia atrás, al reciente Día del Libro, y todos los años se repite lo mismo; la lectura casi monocorde de El Quijote, como si se tratase de una competición de relevos, a cargo de personalidades variopintas. No digo que tal celebración rutinaria esté mal pero de lo que se trata precisamente ese Día es recordar lo que ha dicho Emilio Lledó: «¿Se imaginan un mundo en el que digamos que dentro de siete meses nadie va a leer? Puede pasar». La lectura es un verdadero placer, inexplicable para el que pasa de leer un libro por aquello de apenas tener tiempo. Lo roba la televisión, el enemigo de la lectura. Como ha dicho el escritor J.A. González Sainz, «aprender a leer es aprender a vivir». Una fábrica de goce, de dicha, el leer. Un verdadero placer si tras el aprendizaje alguien profundiza en el aprendiz y le crea el hábito de la lectura. Pero por desgracia, ahora quienes crean un hábito sucedáneo son los amos de la tecnología. Catequizan a millones en todo el mundo, «pulgarcitos/as» que con sus pulgares teclean a diario en sus móviles con gran destreza digital y habilidad comunicativa. Leen pero nadie les enseña de verdad a leer; a discernir, a reflexionar, a aprender. Y se refleja en el lenguaje. Se habla de cualquier manera, al revés de lo que significa. Por ejemplo, «hasta luego» cuando a quien nos dirigimos no lo vamos a ver ese mismo día que es el significado de esa expresión. Hay muchas más. Nos estamos olvidando de llamar a las cosas por su nombre y da igual. Lo ha dicho Luis de Goytisolo: «Estamos llenos de disparates que la gente asume con normalidad».

* Periodista