Tiene ese olor la manoseada disputa sobre la propiedad de la Mezquita- Catedral, que, cual serpiente de verano, o río Guadiana, aparece y desaparece periódicamente. Desconozco si es para distraer al pueblo de otras preocupaciones más importantes y urgentes o para buscar litigio donde no hay causa. Vaya por delante que no quiero polemizar con nadie, ni entablar una inane discusión con los que hablan sobre la propiedad de la Mezquita Catedral.

Como historiador simplemente quiero puntualizar algunos datos que se refieren en cierto escrito publicado en el Córdoba sobre los alcaldes y la Mezquita-Catedral. En primer lugar llamar alcalde a un corregidor es un anacronismo de tal magnitud que ninguna persona un poco versada en Historia se debe de permitir.

El corregidor, salvando todas circunstancias de tiempo y lugar, podemos decir que hundía sus raíces en los missi dominici (siempre personas pertenecientes a la nobleza) que Carlo Magno enviaba por el Sacro Imperio Romano Germánico para que le informasen sobre el comportamiento de los señores que él había designado para el gobierno de las ciudades imperiales.

En Castilla, los que en verdad gobernaban las ciudades, eran los Regidores (en Andalucía, Caballeros Veinticuatro). También asistían a las sesiones Capitulares los Jurados quienes, en teoría, eran los representantes del pueblo. Tenían voz, pero no voto. Cosa fácil de comprobar con sólo leer las Actas capitulares del Medioevo, o la Edad Moderna que se conservan en el AMCO.

Tras la Reconquista no existían los corregidores. Las ciudades eran gobernadas por sus regidores y, ante un problema de difícil solución o enfrentamiento entre estos, pedían a los reyes que les enviasen un comisionado que en nombre del rey dirimiese el asunto. Este era el corregidor.

Alfonso XI, viendo el gran poder que los regidores tenían en las ciudades y deseando controlarlo, comenzó a enviar esporádicamente a las ciudades corregidores para coartar en la medida de lo posible la excesiva autoridad de los que las gobernaban. Son los Reyes Católicos quienes, en su deseo de obtener el poder absoluto, con las leyes de Toledo de 1480 instituyen ya de manera formal y legal esta figura que entre este año y el 1500, se establecen ya de forma definitiva.

Con solo repasar las Actas capitulares del Siglo XVI comprobaremos que quienes verdaderamente mandaban en la ciudad eran los Caballeros Veinticuatro, que decidían desde el precio de los alimentos, los salarios de los trabajadores, el empedrado de las calles o arreglo de puentes, etc. etc... El corregidor solo se limitaba a dar su aprobación a todo lo que no fuese en contra del poder real, conformarse con la mayoría de las votaciones, y caso de empate dar su voto de calidad. Los alcaldes que conocemos no se asemejan ni por casualidad a los corregidores.

El mandato de pena de muerte para quienes trabajasen en dicha obra, dictaminado por el Cabildo municipal, se vio correspondido por la excomunión para los que no trabajasen en la mudanza del Altar Mayor, emitido por el Cabildo catedralicio. Obra en nuestro poder una fotocopia de los pleitos que Córdoba tiene pendientes en la real Chancillería de Granada en el año 1527 en, la que se menciona uno que el Cabildo Municipal tiene con la Iglesia por la mudanza del Altar Mayor, que lo lleva el letrado Gumiel, sobre el que no figura la fecha de inicio y por el que hasta ese año no se ha hecho nada.

La razón oculta de esta oposición de los Caballeros Veinticuatro, así como los componentes del Cabildo catedralicio que, también, en principio, se resistieron a tal mudanza, era que en subsuelo de la Catedral se enterraban los componentes de uno y otro Cabildo, y si dicho trabajo se llevase a cabo, muchos no podrían gozar de tal prebenda por falta de espacio.

Respecto a la propiedad de la Catedral, no podemos olvidar que fue Fernando III, quien, tras la conquista de Córdoba, se la encomendó, como tal, al Cabildo catedralicio, cuya cabeza visible fue el obispo Fitero, el primero de Córdoba, tras ser tomada, que era su capellán y consejero, y que dos años después, junto el obispo de Osma, Juan de Soria, oficiaron la purificación de la mezquita musulmana, dedicándola al culto cristiano, bajo la advocación de Santa María la Mayor.

Al obispo Fitero la sucedió en la sede Catedralicia Gutierre Ruiz de Olea, quien la siguió conservando como Catedral, al igual que sus sucesores.

Como digo, por no extenderme más, esta polémica huele a rancia, u oculta intereses posiblemente inconfesables, detrás de los cuales pueden encontrarse los petrodólares y/o la aversión a la Iglesia Católica que se está expandiendo por toda España.

* Dr. en Filosofía y Letras (G e H)