Ahora está en otra cosa, camino de Asia, donde su visita de estado a cinco países tendrá el telón de fondo de Corea del Norte. Pero deja atrás, en Estados Unidos, el dolor por el atentado que ha costado la vida a ocho personas en Nueva York --cometido por Sayfullo Saipov, de origen uzbeco-- y el mal ejemplo dado a sus conciudadanos con su furor xenófobo. El presidente de EEUU, Donald Trump, relacionó de inmediato el suceso con la política migratoria, y posteriormente acusó a los demócratas de facilitar la entrada de terroristas en el país mediante el sistema de visados que asigna permisos de residencia por sorteo. El presidente aseguró que Saipov había entrado en Estados Unidos mediante ese sistema, dato no confirmado, y anunció que reformará el método para otorgar las autorizaciones por méritos personales. Sin embargo, el autor del atentado, que gritó «Alá es grande» y dejó una nota en la que juraba lealtad al Estado Islámico, llevaba siete años como residente legal en el país y en su expediente policial solo constaban dos infracciones de tráfico. Saipov se había radicalizado en EEUU, según el gobernador de Nueva York, lo que echa por tierra las acusaciones genéricas de Trump contra la inmigración. La obsesión del presidente con este tema se concretó en sus tres intentos de veto a la entrada de ciudadanos de siete países musulmanes, que por fortuna no ha podido aplicar porque los tribunales la han paralizado.