En 1994, se estrenó en las pantallas españolas el film Germinal, de Claude Berri. Nos encontrábamos en medio de una de las cíclicas crisis con las que el capitalismo pone a prueba el aguante del hombre trabajador y la película hacía una incursión histórica en las huelgas mineras en la Francia del siglo XIX, no sé si para consolarnos con la resignación de que no hay nada nuevo bajo el sol o para indignarnos al ver aflorar siempre la misma injusticia. En todo caso, a mí me gustó. Germinal se basa en la novela de Emile Zola del mismo título, escrita en 1883, y es un ejemplo magnífico del arte naturalista literario que, por su escrupulosidad representativa, por su compromiso con la verdad, conducía al socialismo, como ya señaló nuestra Emilia Pardo Bazán. Se entiende que al naturalismo le cortaran las alas con el simbolismo y toda la exquisitez modernista y que, en los momentos actuales, la oportunidad de la película de Claude Berri deba apuntarse y, si fuera posible, volver a proyectarse en las salas de cine.

«En esa mañana de juventud --nos dice el narrador al final de la novela y la voz en off al final de la película-- un ejército obrero reivindicador, que germinaba lentamente en los surcos, se aprestaba para redondear las cosechas del siglo futuro y cuya germinación pronto haría estallar la tierra». Estas palabras de Germinal habrían de ser proféticas hasta que Mikhail Gorbachev apareció en escena cien años más tarde y, aplaudido por Ronald Reagan y Margaret Thacher, dejara al descubierto la dinámica de un movimiento revolucionario que, tras cambiar la historia durante 80 años, daba sus últimas boqueadas. De entonces acá, la cronología de ese fracaso es bien conocida; el mundo obrero, desanimado y confuso, empezó a ser devorado por la rapacidad sin escrúpulos de una burguesía posmoderna que, bajo la coartada de la sacrosanta competitividad y desde la globalización del mercado, la desreglamentación del comercio y liberación del trabajo, había encontrado su punta de lanza en la especulación financiera. No poco le ayudó también una legión de mercenarios, leguleyos y políticos corruptos, especuladores de cuello blanco, simpatizantes para-burgueses de la misma calaña con alma de buitres que esperaban recibir las migajas de tan magno festín. Y a fe que lo han conseguido.

Pasados los efectos de la burbuja inmobiliaria, que trajo el pan para el momento y el hambre para el hoy y el mañana envileciendo la sociedad con la corrupción, escarneciendo la igualdad con el enriquecimiento de unos pocos, y entregando la riqueza de la nación en manos del capital inversionista y financiero mundial, lo que denuncia la novela de Zola y el film de Berri vale para la situación que ahora vivimos, pues se repiten los mismos atropellos, por mucho que lo niegue el Gobierno: desempleo masivo y precariedad contractual, aumento de la jornada de trabajo junto a la reducción del salario, recortes a la seguridad social debilitando el Estado del bienestar, deterioro del medio ambiente por el crecimiento per se, y un largo etcétera que, aumentando la plusvalía y concentrando el capital, hace germinar, como en el siglo XIX, la injusticia, la insolidaridad y la desigualdad entre los hombres. La Historia, pues, retrocede hasta Donald Trump.

* Comentarista político