A finales de febrero recibimos en la dirección electrónica de nuestro proyecto de cultura científica Arqueología somos todos el siguiente mail, acompañado de algunas fotos de las excavaciones que actualmente se realizan sobre los arrabales islámicos de Poniente: "En relación con los restos arriba indicados, quiero comunicarles y hacerles partícipes de mis pensamientos y preocupación por ellos. Así mismo, quiero pedirles ayuda para que, entre todos, nuestra voz llegue a los organismos y centros de decisión y a los oídos de aquellas personas amantes o interesadas en la arqueología de nuestra tierra. Considero que nuestros administradores no están demostrando tener capacidad para armonizar las necesidades económicas de la sociedad actual con la necesidad ineludible de conservar, para nuestro disfrute y el de las generaciones venideras, los restos que nos han dejado las generaciones pasadas. Muchas son las parcelas en la zona de poniente en las que se han descubierto restos. Según mis noticias, en algunas se han vuelto a enterrar, pero en la gran mayoría se han destruido en aras de los intereses económicos. Tan utópico sería querer proteger todo lo excavado como injustificado y triste destruir todo lo que se excava. Creo que, como dice el refrán, en el término medio está la virtud. Sería razonable querer proteger una parte material, que fuera una muestra de lo que allí hubo, junto a un centro donde se pudiera contemplar a través de modelos multimedia la información almacenada a lo largo de todo este tiempo". Lo firma José Luis Bonilla Venceslada, quien no tiene ningún problema en que su nombre se haga público; un profesor jubilado que a través de su texto demuestra no solo su gran sensibilidad ante el drama que sufre el gran yacimiento cordobés desde hace ya tantos años, sino también su sentido de la responsabilidad, su compromiso sin fisuras con el tiempo que le ha tocado vivir, su ciudad e incluso sus conciudadanos.

Hasta ahora ha sido completamente tabú hablar en Córdoba con semejante libertad de estos temas; tanto, que quienes lo hemos hecho ha sido a cambio de arrostrar todo tipo de críticas, sambenitos y descalificaciones. Como consecuencia, la ciudad lleva varias décadas asistiendo, casi silente, a la destrucción de buena parte de su legado arqueológico sin ni siquiera cuestionarse las razones de semejante desastre; aunque como bien dice el Sr. Bonilla en su escrito no se puede, ni mucho menos, frivolizar, ni tampoco simplificar el problema. Desde el momento en que la ciudadanía recibe desde hace varias generaciones mensajes que plantean la arqueología como una disyuntiva poco menos que incompatible con el progreso, paga de su bolsillo los trabajos y las derivaciones de tanta intervención sin contrapartidas, y sufre las pérdidas sin tomar parte en las decisiones, se puede llegar a comprender que mantenga con respecto a la arqueología una relación controvertida y de desencuentro. De ahí la necesidad perentoria de que nuestras instituciones pongan en marcha programas de educación al respecto; actúen conjunta y coordinadamente para que no pueda repetirse lo ocurrido durante el boom inmobiliario; primen la investigación y el estudio de lo ya excavado sobre nuevas remociones de tierra; diseñen un proyecto de patrimonialización del yacimiento que evite nuevas pérdidas en beneficio de la creación de centros de interpretación racionalizados y bien planificados; optimicen recursos, sumando, no restando. En este sentido, el escrito del Sr. Bonilla me parece extraordinariamente significativo, por lo que tiene de valiente y de pionero. Poco a poco la ciudadanía cordobesa, cada vez más culta y crítica, va conociendo la historia de su ciudad, entendiendo el papel que juega en ella la arqueología, comprendiendo que es su derecho exigir reparaciones por lo ocurrido y un nuevo modelo de gestión para unos bienes finitos que corren verdadero peligro de agotarse. Hoy, cuando con motivo de la crisis las excavaciones se han reducido muchísimo, el problema resulta especialmente visible en los arrabales occidentales, donde en los últimos años las pérdidas han sido más relevantes. Es hora, pues, de tomar cartas en el asunto, de levantar la voz, de cambiar el rumbo; y en esto, como en tantas otras cosas, el papel activo de la sociedad puede, y ha de ser determinante. Córdoba debe despertar, reivindicarse a sí misma, exigir de quien corresponda que dejen de maltratarla. Como quería el Sr. Bonilla, dicho queda. Otra cosa, por desgracia, es que sirva para algo. ¿Cuándo entenderán nuestros jóvenes que con la pérdida de su pasado se les está robando el futuro?

* Catedrático de Arqueología UCO