Hace unos días tuve oportunidad de consultar unos folletos de la guerra civil. Entre ellos, uno referente a la celebración de una feria del Libro de 1939, es decir, cuando habían pasado solo unos días desde el final de la contienda. En el mismo se exaltaba la figura de Cervantes y se destacaba su condición de "mutilado de guerra", además de otras consideraciones patrióticas (mejor sería decir patrioteras) propias del momento. Cada 23 de abril se debe recordar al escritor, por encima de todo, aunque haya quien, antes y ahora, prefiera exaltar su condición de soldado. Solo faltaría que también el ministerio de Hacienda se sumara al homenaje dada su condición de recaudador de impuestos.

Pero en aquellos años de la postguerra no todos los españoles estaban en España, ni todos recordaban la figura de Cervantes y su obra desde esa perspectiva. Había miles de exiliados que en ningún momento dejaron de pensar y escribir sobre España, y por supuesto también de don Quijote y de su autor. Me referiré aquí a un caso concreto pero que es lo bastante representativo de esa mirada hacia Cervantes desde el mundo del exilio. En México, en 1946, por iniciativa de Domingo Rex (quien había ejercido como maestro en Hinojosa del Duque), y con motivo de la Cuarta Feria mexicana del Libro, apareció una publicación de la mano de una nueva editorial de nombre cervantino: Clavileño , con el objetivo de significar que los exiliados representaban a la cultura española. El título del libro era Retablo Hispánico y reunía una serie de conferencias radiadas de varios intelectuales españoles. Entre ellos, Manuel Altolaguirre, que hablaba de la vida y de la obra de Cervantes: "Ahora que estamos fuera de su tierra y lejos de su tiempo, hagamos homenaje cordial a su gran obra. Donde ella esté nosotros sentiremos a España". Aquella obra miscelánea no llegó a convertirse en una revista del mismo título porque antes apareció otra con el significativo título de Las Españas (se publicó entre 1946 y 1956). Entre sus colaboradores podemos destacar a Juan Rejano, Rafael Altamira, Manuel Andújar, María Zambrano, José Manuel Gallegos Rocafull, Victoria Kent o Marcel Bataillon. En sus páginas encontramos abundantes referencias a Cervantes, e incluso un dibujo representa a Don Quijote lanza en ristre cargando contra el yugo y las flechas.

Cabe reseñar que en 1947 se cumplía el cuarto centenario del nacimiento de Cervantes y a lo largo del mismo la revista publicó artículos para conmemorarlo, y le dedicó el núm. 5, aparecido el 5 de julio. La nómina de participantes en ese ejemplar impresiona por el nivel intelectual de los autores de las colaboraciones. Tras un editorial donde se reclama la vigencia de Cervantes, "porque supo vivirse en el pueblo, porque se entendió entendiéndolo", sigue una carta de Pedro Salinas que pedía una edición de don Quijote en la cual se fijara el texto definitivo de la obra, y artículos como el de Luis Nicolau d'Olwer cuyas palabras parecen tener actualidad, pues dice de Cervantes: "No es un indignado que se vista de risa. Su risa es franca, sana; su sonrisa irónica admite a los hombres tal cuales son. No protesta, no quiere imponerse". También incluye una relación de las obras biográficas sobre Cervantes, realizada por Millares Carló. Además, escribían Juan José Domenchina, José E. Rebolledo, Daniel Tapia, Benjamín Jarnés, Luis Santullano, Jean Camp, Honorato de Castro, Ramón Gaya, Juan Gil Albert, Josep Renau (que acompañaba su texto con un grabado), Paulita Brook y el canónigo Gallegos Rocafull, quien hacía referencia a la frase de don Quijote cuando tenía la esperanza de realizar una tercera salida: "Aún hay sol en las bardas", que interpretaba como una esperanza para el pueblo español, que volvería a ser dueño de su destino.

* Historiador