Durante la Feria del Libro de Guadalajara el historiador José Álvarez Junco no pudo evitar las lágrimas al recordar que México había sido el país de acogida de muchos exiliados españoles: «Nunca los ciudadanos españoles agradecerán suficientemente a México lo que este país hizo por sus exiliados». Al leerlo me vinieron a la memoria nombres como el periodista de Baena Fernando Vázquez Ocaña, el poeta de Puente Genil Juan Rejano o el arquitecto Francisco Azorín Izquierdo, aragonés pero afincado en nuestra capital, y sobre todo un personaje de origen gaditano, el canónigo de la catedral de Córdoba José Manuel Gallegos Rocafull, quien además falleció en Guadalajara, en el estado de Jalisco, adonde se desplazó en 1963 desde México DF. Allí, recordaría el notario mexicano Jorge Gutiérrez, «acabó sus días conversando conmigo sobre el teólogo calvinista Kart Barth, en el curso de una clase que daba en la Facultad de Filosofía y Letras de nuestra Universidad de Guadalajara».

Gallegos salió de España con destino a Nueva York en 1939. Fue un exiliado más, y se vio obligado a ello por su colaboración con el gobierno republicano durante la guerra para conseguir el apoyo de los católicos europeos, formó parte de la dirección de la Junta de Cultura Española (creada por Bergamín), pero es que además mantuvo una posición crítica con la actitud del episcopado español como demostró con la publicación en 1937 de La carta colectiva de los obispos facciosos: Réplica. Fue suspendido a divinis hasta que unos años después se le permitió ejercer de nuevo el sacerdocio en 1950 (tras renunciar a la canonjía de Córdoba). En México desarrolló una amplia labor como investigador, profesor, articulista, teólogo y filósofo. Además quisiera traerlo hoy a estas páginas, hoy 5 de diciembre, cuando acabamos de celebrar los cuarenta años del 4-D, porque en 1958, en la Casa de Andalucía de México, pronunció una conferencia titulada Andalucía desde el destierro, cuyo texto se conserva manuscrito en su archivo (en 2014 lo publiqué en una edición limitada para regalar a los amigos). En una cuartilla aparte aparece esta frase: «Andalucía es seriedad, profundidad, elevación, como de quien sabe que está metido de lleno en el gran proceso de hacer de cada hombre una persona cabal». Comenzaba su disertación haciendo referencia a los recuerdos de la patria chica desde un país lejano, pero advierte de que en el caso de Andalucía se vivía de manera distinta: «Quizás otros la sientan en oposición a las restantes, los andaluces, universales por su patria chica, la sentimos hermanada con los demás en una misma honda, sincera y ardiente emoción española. Un andaluz andalucista, decía Antonio Machado, es un andaluz de tercera». Desde su destierro, en la palmera del patio de los naranjos de Córdoba veía «la expresión plástica del alma andaluza». También recordaba el valle del Guadalquivir: «Me deleitaba verlo desde el gran mirador de las Ermitas, cuando ya desde Cazorla había traspasado las lomas de Úbeda y espejeado en sus aguas los olivares verde y plata de Andújar y Montoro». También afirmaba que llevaba a Andalucía como una espina clavada en el corazón y que «resultaba intolerable la Andalucía de panderetas y castañuelas, de flores y de colmao, de panderetas y procesiones, de manzanilla y chascarrillos. Toda esa alegría ruidosa, dicharachera, folclórica, no es más que la máscara con que el andaluz encubre sus auténticos sentimientos».

Desde el Parlamento y el Gobierno de Andalucía, se nos insta a sentirnos orgullosos como andaluces. Pero el verdadero orgullo debe venir de conocer a andaluces como Gallegos, de apreciar nuestra historia y de poseer medios para que todos la conozcan. Por cierto, dice el diccionario que «orgullo» es una palabra de origen catalán: «orgull». ¿Casualidad?

* Historiador