Su primer concierto. Y de los buenos, porque es la gira europea de Ariana Grande. Tiene la entrada desde hace más de un mes, y casi todos los días, a la hora del recreo, ensaya los bailes con sus cinco amigas. Han pensado que, si es posible, se pondrán de pie y harán, desde sus asientos, los principales movimientos. Está entusiasmada, no habla de otra cosa. Va a ir sola. Bueno, tanto como sola es mucho decir. La llevan y la recogen sus padres, pero se reunirá con sus amigas en el Manchester Arena y, eso sí, cuando cruce la puerta ya será completamente libre de ir y venir, de moverse --poco, esperamos que las butacas estén lo más cerca posible del escenario para ver bien a la cantante, lo más apartadas posible de los niños pequeños, que están con sus padres, y que se pueda bailar-- , de pintarse bien rojos los labios con esa barra que se ha traído en el bolso procurando que no la vea su madre. Mamá sí la ha visto arreglarse, ponerse esas primeras plataformas, no muy altas --«dice que parecemos payasas dando tumbos con los tacones, que ella a nuestra edad no se ponía nada más que un dedo de altura, ¿será tonta?»-- , colocarse un top rosa lo más parecido posible al que lleva Ariana en el vídeo de Side To Side y recogerse el pelo con mucho cuidado: primero el secador, darse forma, luego cepillar bien las puntas, y finalmente la pequeña trenza de adorno hacia la nuca, dejando a la vista los tres pendientes que luce en la oreja derecha --el tercer agujero, ya en el cartílago, se considera piercing y tuvo que pelear mucho en casa para que la dejaran hacérselo--. Se ha puesto lo más guapa posible... ¡Es la primera vez que la dejan ir a un concierto! ¡Qué maravilla! Volver a casa después de las diez y media. Pronto la dejarán ir sola. Habrá chicos, aunque menos que chicas, pero seguro que los hay de su edad. Llega con dos horas de antelación. Sale del coche, se estira la falda y sonríe: «¿Voy bien, mamá?». «Estás preciosa, hija. Diviértete».