Nuestro pensamiento está en Barcelona, la capital del dolor, de nuestro dolor. Apretamos los puños de impotencia y abrazamos a sus generosos ciudadanos, sintiendo una vez más el impacto del odio y de la irracionalidad, pero, por encima de ello, los lazos que tejemos frente a la barbarie. Con ellos estamos, llorando ante esos cuerpos tendidos y aprendiendo a decir No tinc por, no tenemos miedo, que significa que por mucho miedo que tengamos no cederemos.

Quiero hablar de Barcelona, esa ciudad que me deslumbró. Otrora fuí, me acogieron maravillosamente, pasé días felices, me empapé de arte, de belleza, de esa alegría que solo da el Mediterráneo. Pese a mi encendida admiración, en estos tiempos me resistía a regresar pensando encontrar quizá un ambiente enrarecido, en ese rechazo a los españolistas que incluye a Machado, en la turismofobia, en las fotos de una ciudad petada. Sin embargo, hoy siento y sé que nada de eso importa, todo son pequeñeces porque me han tocado en mi alma y han intentado romperme, y quiero volver a Barcelona, admirar de nuevo su arte, su cultura, su aire cosmopolita, pasear por La Rambla aunque me empujen, comprar zumos en la Boquería, ver cómo van las obras de la Sagrada Familia, recorrer todos los lugares de Gaudí, asomarme al puerto viejo y gritar «te quiero».