Ahora que dice el whatsapp --ese lugar donde un negro sale cada dos mensajes-- que ya podemos volver a ser lo que fuimos, como los andaluces, pero no hombres de luz que a los hombres almas de hombres les dimos, sino que dice que ya pasado el simulacro del amor y los buenos deseos, es hora de volver a la casita de nuestras lóbregos entrañas, a la leche que mamamos, a tal como éramos como en la peli de Robert Redford y Bárbara Streisand; o, más bien, a tal como somos, o sea, a todo lo contrario de lo que propugna el argumento de la novela de Nicholas Sparks. Volver a la contemplación de los días que se alargan de manera inversamente proporcional a la capacidad flexiva del sueldo, volver con la frente marchita y las nieves del tiempo plateando los cementerios donde últimamente estamos enterrando a tantos, el último, Nacho Montoto, ¡ay! Volver a los buenos propósitos, al propósito de la enmienda al que me apunté desde el domingo empezando por zamparme kilómetros de bici bici y de estática, más el partidillo con mi personal training de siete años, duro entre los duros sin contemplaciones --me parece que ya me ha hecho quemar el último mantecado--, para estar en forma cuando llegue el fichaje que nos viene cada año del Sáhara, por el verano que trae balones nocturnos mientras el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos, como en la canción de Pablo Milanés, viendo desde las terrazas pasar maquinitas pegadas a niños de vacaciones. Para abrir el año retomo la apasionante lectura de los Evangelios, de la Biblia, pasando las páginas en papel ídem como el rayo, pues no hay historia mejor ni más larga jamás contada que esa, como nos enseñaron David Lean y los otros dos; magnífica, puro género negro donde los malos siempre ganan hasta el final, cuando el bueno hace que todo se derrumbe entre trompetas y fuego como en las novelas de Michael Crichton Y, encima, ahora que los Magos parece que fueron un invento de Mateo, y que no eran reyes y tampoco tres, cobra más sentido el mensaje del whatsapp de que desde hoy nos está permitido volver a la jungla a enseñar los dientes. Sin miedo a que nos echen carbón el año que viene.

* Profesor @ADiazVillasenor