El viajero que, a la husma de un hotel de moderado precio y buen servicio recale en un establecimiento de tan raras características próximo a la zona universitaria de la capital hispalense, se verá agraciado muy de mañana con una experiencia tonificante. El encargado de tener todo a punto en el variado desayuno ofrecido a los clientes, de solito «Fran», entabla madrugador contacto con estos no solo aconsejándoles acerca de las especialidades de la casa, sino también respecto a visitar lugres del gusto de los huéspedes, turistas extranjeros en gran número. Llegado el caso y cuando la ocasión se ofrece propicia, les relatará con extrema viveza los grandes jalones de su aún no muy larga biografía.

La cual ha estado presidida desde la niñez por la obsesiva idea de «servicio», de ser útil a los demás; y por los extraños caminos de la vocación, dicha irrefrenable querencia se vehiculó precozmente a través del noble oficio de la hostelería. Su madre --¿algún drama en la vida familiar de la infancia?...- le apoyó sin reservas, alentando su marcha, apenas quinceañero, al edén de la hostelería española: la hermosa isla de Mallorca. En varios establecimientos del ramo velaría sus primeras armas en un trabajo rebosante para él de gozos y venturas. No obstante, pasados algunos años, la llamada de la tierra se hizo irresistible y retornó a su idolatrada Sevilla, en la que, después de integrarse en el staff de varios hoteles de la ciudad del Betis, semeja haber anclado definitivamente en el que ahora es uno de sus más firmes puntales.

¿Lección o lecciones de tan envidiable trayectoria en días de crisis existenciales, laborales, económicas y, según muy decantados críticos, hasta futbolísticas...? Muchas; pero tal vez la más importante por su repercusión e incidencia en el sector de nuestra sociedad más acreedor a la atención colectiva por encarnar el futuro, es decir, en el de la juventud, estribe en la asombrosa, irresistible a la larga o a la corta fuerza de la vocación. Cuando las hadas o, mejor aún, los ángeles de la guarda depositan su semilla en la cuna --alta o baja, humilde o encumbrada-- de los por ellos favorecidos por el elevado don, el siempre incierto y difícil porvenir se encauzará hacia metas de satisfacción íntima e intransferible en los más diferentes ministerios, labores y empresas. La vocación lo puede todo. Frente a su empuje no hay naufragios ni despeñaderos u hondoneras irremontables. Todavía hoy se encuentran ejemplos relevantes a cada paso. Pero aun así, el del maître sevillano no deja de ser esclarecido... H

* Catedrático