Puede ser uno de los calificativos que se colocan a nuestra sociedad: la «sociedad del instante». Lo que quiere decir que percibimos con más fuerza «la velocidad del tiempo», porque nos falta, porque nos devora, porque no podemos saborearlo como quisiéramos. Los últimos meses del año, sobre todo noviembre y diciembre, no corren, vuelan. Apenas si tenemos tiempo para saborear sus múltiples fechas y fiestas. Hoy tenemos la sensación de que la vida se acelera, y hasta parece avanzar la caducidad de las cosas. Todo va pasando veloz ante nosotros e incluso los mismos acontecimientos nos van arrollando sin esperarlos siquiera. Fue el filósofo francés Henri Bergson quien profundizó en el concepto del tiempo como algo subjetivo. El tiempo se encoge o se alarga en función de las vivencias. Y quizás por eso, Bergson prefería hablar de duración. La duración de las cosas es cada vez más corta, empezando por los objetos que nos rodean: muebles, ropa, coches o teléfonos móviles. El final de la Historia con mayúsculas no es, como creía Fukuyama, la desaparición del comunismo y el triunfo de la economía de mercado, sino la fragmentación del sentido y el triunfo de lo momentáneo. Guy Débord acuñó la noción de «sociedad del espectáculo», en los años sesenta. Ahora, tendríamos que hablar de la «sociedad del instante», en la que las vivencias, experiencias y las «cosas» nos duran un suspiro, en la que todo es efímero. El público quiere hoy titulares, imágenes trepidantes, videos de apenas un par de minutos. Y hasta el mismo lenguaje político se ha adaptado a esta demanda de «mensajes cortos y simplistas», donde los matices no existen. Nada que sea complicado tiene posibilidades de llegar a la mayoría; lo inteligente es aburrido y son muchos los que piensan que las tertulias televisivas se han convertido en un circo que expulsa las ideas, en favor de los eslóganes. Hay que vivir el momento. Un momento cargado de sensaciones, de emociones, no de ambigüedades, ni de conceptos basados en razonamientos. Lewis decía que «el presente es el punto de encuentro entre el tiempo y la eternidad». La eternidad, lo que está más allá del espacio y del tiempo, contrasta con nuestra mentalidad temporal. Sin embargo, podemos entender que esa eternidad está conectada con el tiempo, lo asume y guarda cierta memoria de él. Por eso parece razonable que la eternidad sea el ámbito de vida de un ser personal trascendente al tiempo: Dios. Noviembre, estación otoñal y colores grises, quizás nos invite a detenernos un momento para percibir con calma lo que ocurre a nuestro alrededor y dentro de nosotros. Sería una pena dejar pasar el tiempo o desaprovecharlo, sin darnos cuenta de su valor y de su sentido: nuestra realización plena en el escenario de la historia. Las variante del camino no pueden nublar la grandeza de las metas. Será su luz la que nos aliente a seguir la «hoja de ruta» que nos lleve a la felicidad.

* Sacerdote y periodista