Fue el otro domingo. ¡Qué ruina de domingo! Yo, como don Quijote, tan ufano, tan alborozado, ¡a las ruinas de Medina Azahara! El conductor del autobús me dijo que el billete me servía para el viaje y la visita. Llegué (al Centro de Interpretación), vi (una cola), pero no vencí. Aquello fue la ruina: pensé que la cola no iba conmigo, porque yo llevaba billete. Pasé. De pronto: «¡Eh! ¿dónde vas tú?» Era una voz femenina, pero les juro que no soy misógino, ni sexista ni nada de eso. Pensé contestarle con Cernuda: «Voy a esa gran región donde el amor, ángel terrible, no esconda como acero en mi pecho su ala, sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento». Se hubiera desternillado de la risa, y yo no le deseo ruinas a nadie. Estuve por explicarle que yo era un criado de Ya´far. Pero seguro que llama al vigilante, y más ruina: «Tú qué te has creído…»; esposas, denuncia… Pensé en contestarle con don Quijote: «Soberana y alta señora: el ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene». Pensé en: «Usted no sabe con quién está hablando». Pero temí que me preguntase: «¿Con quién?» Y yo: «Con un poeta». Entonces sí que ella y toda la cola se hubiesen tirado de risa por el suelo. Como las ruinas. Ella me hubiese dicho con Atahualpa: «Tú piensas que eres distinto porque te dicen poeta (…) Eres como un pobre ciego que no sabe adónde va». Le dije que llevaba billete. Me dijo: «A ver; enséñamelo». Me dijo que no valía. Y yo, que el conductor me había dicho. De pronto, me vi en la España inmemorial, ante el alguacil de Quevedo, el «nadie pase sin hablar al portero», de Larra; el «guindilla» de Valle-Inclán. Me aconsejé: «Max, no te pongas estupendo». Quise sugerirle mi mosqueo, pues yo no era un reo, y que estaba feo tanto el voceo, como el voseo, como el tuteo... Pero ella: “¡A la cola!”. La ruina. Cuando llegó mi turno, me preguntó que de dónde era. Le hubiese cantado: «De España soy, de España vengo, y mi cara serrana lo va diciendo». Pero no estaba el horno para bollos, sino para el papelito que me dio. Total, de lo que se trataba era de guardar otra cola. Entonces sólo me quedaron ganas de volverme a mi casa. Aquello sí que fue una ruina de domingo. H

* Escritor