Me alegro infinitamente de que Teresa Romero haya vencido al virus del ébola. Creo que su recuperación ha supuesto una alegría para todos los españoles, por muchas razones, pero sobre todo porque esa mujer se había ofrecido voluntaria para atender a los misioneros que se contagiaron atendiendo a otros enfermos en Liberia y Sierra Leona.

Y si ha estado a punto de perder la vida no ha sido por su solidaridad, sino por la ineptitud de unos gobernantes que trajeron el virus desde Africa a un hospital que estaba medio desmantelado, sin tener un protocolo de seguridad bien establecido, exponiendo a los sanitarios y a toda la población a una enfermedad que en más de la mitad de los casos es mortal. A pesar de todo, la sanidad pública ha conseguido salvar al menos a uno de los tres enfermos españoles de ébola, y ahora parece ser que por fin se están tomando todas las precauciones necesarias para que no haya más contagios en nuestro país.

Muy bien, todos contentos, pero ¿qué pasa con los africanos, que están muriendo en masa, muchos sin atención sanitaria, tirados en una calle, un centro médico sin recursos o encerrados hasta la muerte en sus viviendas? La Organización Mundial de la Salud informó el jueves de que 9.936 personas se han infectado desde mayo con el virus del ébola, casi todas en Africa occidental, y destacó que la cifra de fallecidos asciende a 4.877.

Occidente repatría a sus enfermos pero ¿quién se ocupa de Africa? Con el ébola ocurre como con la pobreza, si no acabamos con ella en su origen nos invadirá a todos.