Durante la campaña electoral las redes sociales difundieron una antigua fotografía de Susana Díaz que, bien mirada, nos ofrece argumentos que pueden explicar por qué el PSOE, pese a los factores que algunos pensamos que podrían jugar en su contra, ha mantenido un apoyo electoral sorprendente para muchos y por qué el voto socialista acaba siendo en Andalucía un voto conservador. En la imagen podemos ver a la presidenta en funciones cuando era morena y portando un báculo en una procesión, todo ello mientras mira embobada a un Fran Rivera que parece sacado de una portada del Hola. En esa foto, que podría ser de hace un siglo pero también de ayer por la tarde, hallamos la perfecta metáfora de cómo el PSOE ha asumido desde hace décadas una posición de fuerza identitaria, cómplice con las esencias más inalterables de esta región al tiempo que artífice de la sustitución de los viejos yugos por la modernidad del AVE. Con la ayuda inestimable de una televisión pública a su servicio, y de unos fieles servidores que desde la cultura y la política no han dejado de engordar el orgullo de "lo nuestro" y de convertirse en bastión de aquello que nos define como singulares. Todo ello mientras que, en una jugada ciertamente esquizofrénica, ha defendido el monopolio del progresismo frente a otras propuestas políticas que nunca han sido capaces de captar la complejidad de una tierra tan habituada a vivir bajo diversas opresiones. Una realidad que se vuelve más férrea en las zonas rurales donde el socialismo continúa viéndose como el mejor ejemplo que Lampedusa podía hoy tomar para argumentar su célebre sentencia. No en vano él también vivió y escribió desde otro Sur del Sur.

Si a todo lo anterior unimos la tupida red de clientelas y favores que es normal que un partido genere cuando controla las Administraciones durante más de tres décadas, así como la manifiesta incapacidad de la oposición para articular alternativas sólidas y creíbles, tenemos el escenario perfecto para comprobar la resistencia del partido dominante incluso en tiempos tan convulsos como los actuales. Evidentemente el PSOE ha sido castigado en las urnas pero de manera mucho menos tajante de lo que algunos esperábamos ante evidencias tan flagrantes como los índices de desempleo de la región o los vergonzantes escándalos de corrupción que están descubriéndonos lo que han sido los métodos habituales de gestionar lo público por parte de algunos que creyeron que partido, región y Junta de Andalucía eran la santísima trinidad. Unos métodos que, obviamente, han sido alimentados con alegría por quienes llevan décadas haciendo de la política una profesión y la vía para mantener un nivel de vida que difícilmente tendrían si no vivieran de las prebendas del partido.

Soy de los que piensan que buena parte de los males que arrastra nuestro país derivan de que en él no se produjo, a diferencia de en otros vecinos, una auténtica revolución ilustrada. Esta carencia lleva siglos lastrando nuestra vida política, económica y cultural. Sus consecuencias son tal vez más rotundas en una región como la nuestra donde todavía no hemos resuelto convenientemente ciertas tensiones como las existentes entre tradición y modernidad, religiosidad popular y laicismo, o sociedad agraria y sociedad industrial. Eso la convierte en un espacio abonado para los/as salvadores/as, dado el carácter reaccionario de buena parte de su sociedad y el conformismo de quienes comulgan con ruedas de molino con tal de renunciar a los privilegios. En este contexto es donde el socialismo ha sabido jugar sus mejores bazas. Solo en ese escenario puedo entender que algunos amigos, a los que tengo por inteligentes, me confesaran que el 22-M depositaron la papeleta que encabezaba Juan Pablo Durán con una gran pinza en la nariz. Ellos me hablaban de pragmatismo. Lampedusa tal vez lo habría traducido por cinismo.

* Profesor titular de Derecho Constitucional. Universidad de Córdoba