El niño hacía sus tareas en la mesa camilla, su padre leía el periódico y su madre amamantaba al rorro mientras con la otra mano pasaba las hojas de su libro Lourdes: crónica de un misterio . Sobre la mesa había un tubo de pomada para las grietas del pezón. --¿Qué es el pezón?, le preguntó el niño al viento, rompiendo súbitamente aquel místico y confortable recogimiento. La madre soltó el libro y, señalando con el dedo índice a una de las bombillas de la lámpara, que todas terminaban en un piquillo, dijo: -- ¡Eso es el pezón! Fue prudente, no insistió más, los niños captaban con sagacidad las cosas que no se debían preguntar. Y siguió creciendo, sin saber que tenían nombre propio los dos mamelones de su pecho. Se ocultaba todo lo que descontextualizado pudiera sonar a sexo.

Ver mamar en la época de las familias numerosas era lo usual, y tanto era así que a un matrimonio que no tuviera hijos se le miraba de reojo: --Se le ve marimacho. Otros, en cambio, consideraban que él era blandengue.

Sara, la mujer de Justo, limpiabotas por la voluntad, tenía diecisiete años e iba y venía llevando a su hijo mamando. Nadie entendía cómo no se le desprendía. Ella no pedía limosna, sólo preguntaba: --¿Zeñorito , no me vas a dar ? Y mirando a los ojos llevaba tu mirada a su pecho para que vieras cómo chupaba. Tenía comprobado que era cuando más dinero le daban. Sin embargo, cuando se lo prestaba a la vecina, que lo llevaba liado simulando que iba mamando, no sacaba ni la mitad.

Joaquín Calvo-Sotelo, en sus historias de opositores, cuenta que la mujer de un concursante se sentó en la primera fila del público, mientras su marido hacía la prueba oral de la prestigiosa oposición, y, sin tapujos, empezó a dar el pecho a su bebé. Los miembros del tribunal ensimismados, ante tan tierna escena, no se enteraron de los gazapos que metió. ¡Claro!, ganó la plaza por unanimidad. Estando yo de Erasmus en Suecia aluciné, no al ver a una madre sin encubrimiento amamantando, sino al padre cambiándole los pañales al bebé. Cuando de vuelta conté mi admiración, por tal hecho aquí insólito, me dijeron que es que yo tenía una pizquita de maricón.

Todos mis alumnos coincidieron en la respuesta: "el mayor riesgo de dar medicamentos a mujeres lactando es que el bebé se intoxique al mamar la sangre de la madre". --Supongo que queríais decir leche, los bebés no son vampiros. --Usted en clase dijo sangre. --Entonces cometí un lapsus linguae , que debíais haber corregido. ---Creíamos que se estaría refiriendo a la sangre que puede succionar por las grietas del pezón.

A la diosa Hera, mientras dormía, le puso su esposo Zeus a su bastardo Hércules para que mamara y así adquiriera la eternidad de los dioses del Olimpo. Pero de los mordiscos que le daba en el pezón la despertó y, al ver que no era su hijo, bruscamente se lo retiró. La leche que se derramó en esa refriega fue la que dio lugar a la Vía Láctea. O sea, que de la leche y el pezón ya se ocupan hasta las mitologías. Y desde las catacumbas de Priscila en el siglo II, hasta nuestros días, la cristiandad luce espléndidas advocaciones a la Virgen con el pecho al aire, amamantando al Niño Jesús. Incluso hay pinturas donde se representa a la Virgen de la leche lanzándole desde su pecho un chorro a la boca de algunos santos, como a San Bernardo (Alonso Cano y Murillo, en el Prado). Para posicionarse contra los iconoclastas, en el Concilio de Trento, se ensalza la iconografía mariana y se prohíben "las imágenes que inducen a engaño a la gente sencilla". Encubrir por pudor el pecho de la madre que amamanta es regresarse a la cultura del "pezón del bombillo" y hacerlo con la Venus de Milo, por la visita de Rohaní de Irán, ha sido asumir el contracultural burka. Una bajeza moral que jamás debieron consentir.

La explotación de neonatos es usual en todas las civilizaciones. Mas se puede hacer sin engaño, lactando a pecho descubierto, o con ruindad, como la vecina, haciendo creer que llevaba bajo el refajo a su hijo mamando. Mas, mis alumnos, de Erasmus en Transilvania, precisarían que la toquilla que se puso para lactar la diputada Bescansa, en el Congreso de los Diputados, no encerraba pudor trasnochado ni fraude descarado, sino precaución: evitar que el bebé, al espurrear, le pudiera poner el cogote como un tomate al diputado que tienen delante.

*Catedrático emérito de medicina